¿Por qué no cae Maduro? La respuesta más frecuente es porque tiene controlados al Ejército, al Poder Judicial, a la Fiscalía, a los organismos electorales y a lo que sería nuestro Tribunal Constitucional. Por eso, aun perdiendo las elecciones (67% contra 30%), se ha proclamado ganador (51% contra 44%). Grosero fraude. Pero miremos el panorama completo: desde que Maduro asumiera el gobierno (2013), la economía se redujo a la cuarta parte, la pobreza se duplicó, la pobreza extrema se cuadruplicó, la subalimentación se multiplicó por nueve, las pensiones son el 5% de lo que fueron y salieron del país diez veces más (“Pobreza en la Venezuela del siglo XXI” de PROVEA y CENDES).
Es un desastre. Venezuela ha colapsado, o le falta muy poco. ¿Por qué la gente no se levanta? Claro que se levanta y cada vez las protestas son mayores. Pero hay algo que no estamos viendo. Incluso con las cifras de la oposición, Maduro retiene un 30% de los votos. No es poca cosa. Aquí en Perú, con ese porcentaje ganaría la primera vuelta, de lejos. ¿Cómo explicar tanta simpatía en medio del desastre? En la Argentina, antes de Milei, se decía que la mayoría vive en la miseria, pero sigue votando por el peronismo porque el General le regaló un triciclo al abuelo en 1953; son boludos, pero agradecidos (tuitero “El Licenciado”). Algo de eso hay. El manual de las dictaduras exige una política populista, regalar para atraer electores. Pero esos electores son volátiles, porque se van con quien les ofrezca más o mejor. Ahora hay menos dinero para el populismo, porque el presupuesto público también se ha reducido a su cuarta parte. Entonces, ¿qué hace que un 30% de venezolanos siga votando por Maduro?
Antes de Maduro, Chávez (2000-2013) aprovechó la bonanza del petróleo para sus Misiones. Parecían los típicos programas sociales para aliviar carencias de alimentación y vivienda. Pero la primera diferencia fue que querían erradicar la pobreza con programas masivos de salud y educación. Fracasaron, porque no se puede erradicar la pobreza sin empleo de calidad y las reformas económicas iban en sentido contrario. Así que siguieron siendo pobres, pero ahora tenían salud y sabían leer y escribir. Era un buen inicio. La segunda diferencia estaba insinuada en el nombre. Las Misiones fueron las avanzadas de la evangelización católica, diseñadas militarmente para conquistar territorios e ideológicamente para conquistar almas. Eso mismo hizo Chávez, proclamó su revolución bolivariana y llegaron a Venezuela médicos y profesores socialistas de todo el mundo, como apóstoles dispuestos a sacrificios y a convivir con la pobreza codo a codo. También fracasó, porque no era sostenible tanto gasto público. Así que siguieron siendo pobres, pero habían tenido atención internacional y se sintieron reconocidos, quizá por primera vez. Cuando las Misiones se ampliaron para construir caminos, puentes, acequias, andenes, cochas, reparar colegios o habilitar postas médicas, se formaron los Círculos Bolivarianos, que eran el brazo político para impulsar los programas y, al mismo tiempo, para adoctrinar. Quizá esto explique algo la fidelidad. Pero, a la par, aparecieron los Consejos Comunales, la misma población organizada, que decidía la ejecución del proyecto, con capacidad de administrar el presupuesto. Siguieron siendo pobres, pero habían recibido poder. Se sintieron ciudadanos por primera vez. Esa fue la tercera diferencia, quizá la más importante.
Chávez no erradicó la pobreza, pero la modificó. Los pobres de ahora demandan ser tratados como personas y como ciudadanos. Por tanto, aunque las necesidades materiales sean apremiantes, la caridad no será suficiente, porque solo alivia carencias. Por eso, aunque están sepultados de pobreza, el 30% de los venezolanos sigue apostando a esa farsa de revolución, porque sienten, aunque no fuese verdad, que ella les devuelve la dignidad que perdieron y les ofrece compartir un poder que nunca tuvieron. Lo mismo nos va a pasar en las elecciones de 2026. Creemos que el enemigo es la amenaza de la dictadura del otro, cuando el peligro está en que nosotros no seamos capaces de construir una auténtica democracia y de convencer a los demás que en ella hay lugar para todos, como personas y como ciudadanos.