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Ana, estamos contigo
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Mi vida es mía, la de Ana es de ella. Cuando era chica, vi con mi mamá la película Mar Adentro, que narra la lucha del español Ramón Sampedro por una muerte digna bajo un suicidio asistido. La Justicia fue injusta y no lo ayudó, así que tomó un camino clandestino, en el que sus amigos se organizaron para ayudarle sin que nadie tenga la responsabilidad final. A pesar de eso, su mejor amiga tuvo que enfrentar un juicio hasta que el delito prescribiera.
Mi mamá siempre defendió la dignidad y libertad individual; por eso, quiso que yo viera la película. Muchos años después, con un cáncer de ovario avanzado de tres años, después de dos operaciones complejas, varias sesiones de quimioterapia y con un pronóstico terminal, decidió dejar los tratamientos contra el cáncer que le ocasionaban más dolor que bienestar.
Todos en la familia entendimos y respetamos su decisión. Vivió tres meses más. En sus últimos días, yo que la vi sufrir mucho, le pregunté a mi papá si podíamos ayudarla a morir. Me explicó que no porque era ilegal y que solo podíamos tratar de bajarle el dolor y el estado de conciencia para que no sufriera. Fue frustrante para mí, pero en el caso de mi mamá ese estado duró solo unos días, menos de una semana.
Ana Estrada, en cambio, va años queriendo morir porque la vida que lleva ya no la considera digna. Aunque no te conozca, Ana, entiendo tu pedido, lo respeto y te apoyo. Creo que como personas debemos ser empáticos. Nadie está libre de pasar una situación similar. Y como funcionarios públicos, somos responsables de respetar el estado laico del Estado y regular con empatía y responsabilidad, defendiendo la dignidad de las personas. La eutanasia no es un tema fácil y definitivamente no es para todos, pero debería ser un derecho para quien lo necesita y lo quiera.
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