Cuando vacamos a Pedro Castillo por golpista y corrupto, la izquierda parásita e inútil —esa escoria que pactó con él y con Cerrón a cambio de ministerios y altos cargos— se quedó sin chamba y sin privilegios. Por eso, desde entonces, no han cesado de buscar justificar la vacancia de Dina Boluarte, ya sea por las trágicas muertes que no supo evitar, como por los escándalos de corrupción que no supo explicar, o por las frivolidades que no supo transparentar. Ella tampoco se ha ayudado mucho a sí misma, pues lidera un gobierno ineficaz e intrascendente, con ministros sumamente incompetentes. ¿Alcanza todo ello para construir el argumento de vacancia por incapacidad moral permanente? Yo sostengo que no. Quienes afirman que Boluarte es la continuidad de Castillo, olvidan las aberraciones que este cometió durante su desgobierno, el monstruoso saqueo y degradación del Estado, así como el enfrentamiento entre peruanos, que azuzó con el fin de legitimar su golpe de Estado e instaurar un régimen dictatorial comunista. No, señores, lo de hoy es mediocridad, no continuidad. Y por eso, la izquierda que cogobernó con Cerrón y Castillo, muy por debajo de la mediocridad, no tiene la más mínima autoridad moral para proponer una vacancia.
Los delitos que haya cometido la Sra. Boluarte los resolverá el Poder Judicial. Su principal incapacidad es para resolver los problemas importantes del país, notablemente, la inseguridad ciudadana. Ello ha reavivado los rumores de vacancia, pero esta vez promovidos por partidos y bancadas que hasta hace poco se vendían como garantes de la gobernabilidad y la estabilidad. Sus líderes, los cobardes y convenidos de siempre, no actuarán por principios, sino que habrán esperado a la convocatoria de elecciones y al último año en que no se puede cerrar el Congreso. Es decir, pensando más en sus intereses electorales que en los del país. No les importa que de vacar a Boluarte, el poder Ejecutivo caería en manos de un Congreso tan desacreditado e impopular que le costaría aún más sacar adelante un proceso electoral transparente, pacífico y ordenado.
El rol que le toca hoy al Congreso no es gobernar, sino hacer suficiente control político para que en su último año, el gobierno de la señora Boluarte cumpla mínimos indispensables de gestión pública y garantice elecciones limpias. Y eso empieza por cambiar a un premier que lejos de resolver, ha llenado el gabinete de mediocres y sobones. Adrianzén debe irse.