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Demasiadas tragedias a la vez
Columna Augusto Rey
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A pesar de sus diferencias, hay una causa común detrás de la tragedia de Los Olivos y otras pasadas como la de Utopía, Mesa Redonda, los cines de Larco Mar y la zona comercial de La Malvinas: la transgresión descarada de normas mínimas de seguridad. En el Perú, el desacato es la ley. A vista y paciencia de funcionarios sobrepasados y, en demasiados casos, intencionalmente inoperantes.
El caso de Los Olivos tranquilamente se pudo evitar porque esa discoteca, con o sin pandemia, nunca debió funcionar. Aun sin COVID-19, ya era una trampa mortal. ¿Cómo el municipio no vio al elefante que tenía al frente si en ese mismo lugar se armaban tonos con frecuencia? Los dueños, que decidieron seguir operando a puerta cerrada, tienen demasiado por explicar y difícilmente saldrán librados. Los fiscalizadores municipales responsables los seguirán de cerca unos pasos atrás.
Por supuesto que la gente no debió haber ido a esa discoteca, pero se puede señalar la irresponsabilidad individual sin celebrar 13 muertes. Como anotaba ayer con tino la antropóloga Sandra Rodríguez, sorprende “la naturalidad con la que algunos apelan a la muerte como forma de castigo. ¿De qué manera la muerte de unos es legítima medida para aleccionar a otros?”. En parte, el lenguaje bélico contra la pandemia nos está llevando a niveles altísimos de insensibilidad. Lo que hace falta a todos es más empatía y, al Estado en su conjunto, una estrategia de comunicación que no deje en duda de que ir a una fiesta es un harakiri.
¿Y la Policía? Son personas de carne y hueso que arriesgan su vida y regresan a sus casas sacudidos y con el miedo de haber sido contagiados por el virus. Pero ahí alguien también tomó una decisión equivocada que merece una explicación.
La tragedia de Los Olivos es un resumen de todos nuestros problemas estructurales. También de que el virus no ataca a todos por igual. Son demasiadas tragedias a la vez.
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