En los ochenta en Francia se acuñó la frase “gauche-caviar” para describir a unos chicos ricos, intelectualmente traviesos, que se daban una vida dorada donde se consumía caviar con pala. También algo de coca, pero eso es otra historia para otro día. Eran French AND decadent, lo cual admito es redundante y toda la movida tenía un tufillo galo “bo-bó” (bohemio-bourgeois) bastante encantador. No venían de las clases acomodadas, venían de la clase MÁS acomodada porque eso de comer huevitos salados de pescado del Báltico no es huevera criolla y nunca fue barato. Ejemplos conocidos de la “gauche-caviar” eran Francoise Sagan, quien dijo famosamente que era mejor llorar dentro de un Jaguar que en un autobús; Mitterrand, dirigente socialista y ateo, quien fuera presidente dos periodos, catorce años “au total” con amante instalada en el Elysée e hija no reconocida a quien puso el potente nombre de Mazarine en honor al cardenal; y Bernard-Henri Lévy, filósofo y niño terrible de la “gauche-caviar” más recordado por su camisas níveas abiertas sobre un torso de pelo en pecho –BHL tenía un perfil de corsario moreno y peligroso que haría bien en cultivar algún político criollo en ciernes porque a) nos alegraría la vista y b) igual por allí le funciona y le gana adeptas– que por sus disertaciones, por cierto no malas. ¿Y qué hacía la “gauche-caviar”? Discutía, que es lo que mejor hacen los franceses. Sobre filosofía, la lucha de clases y la literatura.