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Brindar con la muerte
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Trece fallecidos y quince detectados con COVID-19 en una discoteca en Los Olivos. Es comprensible que la desesperación por generar ingresos y alimentar a la familia haga que una persona se arriesgue yendo a lugares donde puede encontrar un trabajo, aunque sea por el día. Esa es nuestra realidad: ante la informalidad, un Estado incapaz o la falta de un seguro de desempleo, no hay más remedio que “recursearse”, aun poniendo en riesgo la salud. Pero, ¿qué hace que cientos de jóvenes acudan a discotecas sabiendo que se exponen ellos mismos y luego a sus allegados al contagio de una enfermedad mortal y dolorosa, para la cual no hay ni siquiera capacidad de atención?
Trato de encontrar una explicación en los textos de economía conductual y lo que más se acerca está relacionado con la misma razón por la cual la gente deja de vacunar a sus hijos o prefiere el dinero inmediato antes que el ahorro en un fondo de pensión: el corto plazo le gana casi siempre al largo plazo. El costo inmediato por encima de la promesa de un bienestar futuro.
A ello agregaría, especialmente en el caso de los jóvenes, la percepción de inmortalidad. Un “a mí no me va a pasar nada” explica desde el exceso de velocidad que ocasiona un accidente en la carretera, hasta la asistencia a una fiesta en medio de una pandemia.
Sin pretender agotar las razones, tenemos que reconocer el rol que juegan la falta de respeto a la autoridad y a las instituciones. Tenemos órdenes, mandatos, leyes que nadie cumple, en parte porque provienen también de quienes no han sabido ganarse el respeto, empezando muy arriba y bajando hasta el Congreso de la República y más allá.
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