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Bucaneros de librerías

“Conocí el caso de un editor pirata que reivindicaba la propiedad de los libros que había saqueado”.

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Charles Dickens.
Bucaneros de librerías, por Camilo Torres.
Fecha Actualización

Cuando Charles Dickens visitó los Estados Unidos, en 1842, era un autor muy popular y sus obras eran editadas, compradas y leídas en ese país. Pero él no recibía un céntimo. Se le ocurrió entonces la descabellada idea de que los derechos de autor debían ser respetados internacionalmente. La prensa norteamericana reaccionó con violencia, aplicando el sentido común de entonces: lo llamó “mercenario” y condenó su codicia, pues debía bastarle el honor de ser tan conocido fuera de su país. Como vemos, el derecho a la propiedad era algo muy distinto del actual. Aun hoy se presta a singulares confusiones. Conocí el caso de un editor pirata que reivindicaba la propiedad de los libros que había saqueado y exigía que sus colegas lo respetaran y se abstuvieran de piratear “sus libros”.  

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En el Perú se ha hecho frecuente, y no sé si necesario, que los vendedores de libros por Internet anuncien su mercadería con la aclaración de que son libros originales. Hace mucho que el comercio pirático es parte de la vida cotidiana nacional. Como estos editores no suelen ser muy ilustrados, ha habido más de un accidente curioso. Una vez descubrí en Amazonas un ejemplar de El sonido y la furia, de William Faulkner, y juro que su portada exhibía como ilustración una guitarra eléctrica. En otra ocasión un editor informal me contó que, habiendo descubierto la existencia del código ISBN, creyó con ingenuidad que conseguir ese registro para sus libros pirateados los honraría, y fue a pedirlo a la Biblioteca Nacional. Lo asombroso es que, según él refiere, allí se lo dieron y al menos habría un título en el mercado nacional con el código que le asignó la BNP.  

 

 

Una superstición de moda asegura que una edición de tapas duras es superior a otra de tapas blandas. Hay editores sin escrúpulos que han registrado sus empresas legalmente, y satisfacen a esos compradores de sólidas tapas, pero imprimen traducciones cuyos derechos no han comprado, o sea, las piratean, o roban una versión y la asignan a un traductor fantasma. Hay más fechorías: Los miserables de Edimat tiene la mitad de las páginas recortadas, sin ninguna advertencia. Y hace poco una librería lanzó la segunda parte de El Conde de Montecristo, titulada La mano del muerto, novela de Dumas que tiene el inconveniente de que nunca fue escrita por Dumas, sino por el portugués Alfredo Possolo Hogan, en 1854, con el título A mão do finado.

 

 

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