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Una campaña corta para una crisis que pareció interminable
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Un adelanto de elecciones para salir de la crisis política no es la solución que muchos queríamos. De alguna manera nos deja sabor a fracaso. A pesar de las coincidencias en materia económica, cuando Pedro Pablo Kuczynski ganó la Presidencia y Keiko Fujimori una mayoría histórica en el Congreso, la suerte estuvo echada.
Ganadores no hay.
En un año, Martín Vizcarra no habrá podido sacar adelante las reformas y dejar un país de instituciones sólidas como hubiese deseado cuando le tocó asumir el cargo luego de la renuncia de PPK. Hoy no quedan dudas de que nunca debió ser candidato.
Por otro lado, el fujimorismo será el que pague el precio más alto. Es cierto que en política mejor es no hablar de muertos, pero le va a resultar sumamente difícil recuperarse y reconquistar el bolsón electoral que exhibía en 2016.
El esfuerzo que desplegara Keiko Fujimori durante la campaña para marcar distancia del fujimorismo autoritario, el juego sucio y la corrupción tan asociados a la figura de Vladimiro Montesinos, se ha ido por la borda. Su bancada debe asumir buena parte de la responsabilidad del actual descrédito del Congreso y el rechazo general contra la clase política.
Así las cosas, parece que el mal menor es apoyar la iniciativa que propone el Ejecutivo y contribuir a que las elecciones del próximo año se realicen en las mejores condiciones y con las mayores garantías. Veinticuatro partidos inscritos, probablemente ninguno preparado, pero será la prueba que deberemos enfrentar como país.
A estas alturas, ya no deberíamos perder tiempo en cuestiones como si el Consejo de Ministros sabía o no sabía que Vizcarra haría el anuncio. Nos toca definir las reglas, pisar el acelerador y mover con pericia el timón: la carrera empezó.
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