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La princesa
“Carrie Fisher tuvo la valentía de afrontar y pelear, y también de reírse de los caminos de su vida”.
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Cuando una estrella muere, por un suicidio o el exceso de sustancias o medicamentos, la crítica se divide: los cuestionadores superficales, y los que ven nacer un ícono. Carrie Fisher murió a los 60 años el 27 de diciembre de 2016, y ya entonces yo era su fan, no solo por Star Wars, sino por aquel monólogo de 2010 en el que empieza así: “Hola, soy Carrie Fisher y soy alcohólica”.
Para hablar del dolor y de una adicción hay que tener una entereza inmensa. Ella la tuvo. Admiro su batalla, pelea que perdió, aunque algunos amigos creen que descansar era lo mejor.
Carrie, la princesa Leia como le dirían siempre, cuenta en aquel monólogo lo que fue vivir con la adicción al alcohol, su trastorno bipolar y sus fracasos amorosos.
Carrie Fisher tuvo la valentía de afrontar y pelear, y también de reírse de los caminos de su vida.
“Cuando llegué al mundo estaba prácticamente desatendida. Desde entonces me he pasado la vida buscando llamar la atención”, relataba al recordar su niñez y adolescencia, tiempos claves que muchos padres olvidan.
Al hablar de salud mental le fue mejor de lo que nadie esperaba: “Ahora recibo premios constantemente por el hecho de ser una enferma mental. Por lo visto, soy muy buena en esto. Es un honor”.
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Decía la Princesa: “Estos años he estado acudiendo a terapia de electroshock. ¿Alguien sabe lo que es eso? Todavía no me lo han explicado. Me invitaron amablemente a ir a un hospital psiquiátrico y yo no quería ser maleducada, así que fui. Es una invitación de lo más exclusiva. ¿Cuántos de vosotros habéis sido invitados a un hospital psiquiátrico?”. Carrie quería vivir, y luchó, pero hay batallas muy duras. Decidió afrontar sus problemas de cara, de frente, como pocos. Y ni eso la salvó. La actriz estadounidense tenía restos de cocaína, heroína, éxtasis y alcohol en el cuerpo cuando falleció, según la oficina forense de Los Ángeles, California.
Hizo todo lo que pudo, pero quizás solo los que tienen angustia y depresión lo entienden. Su último libro, El diario de una princesa, dice: “Nadie más que yo puede rescatarme. Ahora soy la única capaz de hacerlo. Pero no sé cómo ayudarme”. Escribir la hacía olvidar su “preciado pánico”.
Cuando me tatué el rostro de la Princesa Leia y la frase “Lucha como chica”, pensé en cada una de sus palabras. No rendirse. Duele, cuesta, pero hay princesas que sí lo consiguen.
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