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Cayara
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A tres horas de Huamanga, con una catarata escondida, una iglesia colonial, caminos incas y el pum pin está Cayara.
Hace 36 años, el mayo de Cayara fue diferente.
La virgen salió en procesión, el 14 debían desmontar el anda y de pronto todo se tiñó de rojo.
Cuatro miserables asesinatos de Sendero Luminoso contra el Ejército provocaron una reacción que privó de la vida a 39 personas entre mayo y junio de 1988.
El tiempo de las víctimas y sus familias transcurrió entre buscar justicia y evitar la impunidad.
Agosto de 2023 trajo consigo sentencias, aunque la tarea está inconclusa. Mayor capacidad y compromiso de las autoridades nos deberían traer las capturas pendientes y el paradero de los hijos ausentes.
Pero tampoco olvidemos que la situación de pobreza sigue siendo la misma: anemia, agua entubada, caminos que complican traslados.
En su momento, fue un espacio que Sendero Luminoso pretendió tomar como tantos otros en nuestro país, abandonados y olvidados por el Estado. Un falso discurso de reivindicación acompañado de muerte y violencia que desató el terror puso en evidencia que no se puede construir sobre la base del odio y de destruir el tejido social. Nada bueno puede salir de ahí.
La sensación de alivio de los familiares se podía sentir en el ambiente, tanto que se plantearon reiniciar la procesión de la virgen. No sé cuáles fueron las razones para suspenderla, pero estaban asociadas al miedo.
Este 13 de mayo, la Virgen María volvió a salir en procesión, guiada por el obispo Jorge Izaguirre, presidente de la Comisión Episcopal de Acción Social; el padre David, del Centro Loyola; y los padres Enrique y Vicente.
Una comunidad que se abre a recordar, a sanar, a cerrar heridas y en medio de todo y entre lágrimas a agradecer.
Parte de la explicación de la crisis que vive nuestro país es que quienes nos gobiernan son hijos de una época de violencia, negación y estigmatización. Una generación que convivió con la muerte, con el terror y lo ignoró pensando que así podía seguir viviendo o no hacerse responsable.
Lamentablemente a veces recordar es tan doloroso que preferimos hacer como que no pasó, pero pasó y cuando algo tan intenso sucede solo queda sanar.
Lo más triste es que se escribe la historia intentando disimular, ocultar o negar acciones y decisiones políticas que tuvieron impacto en la vida de la gente y en nuestra historia.
Esta vez el pueblo de Cayara salió por el amor a su madre.
Amor que moviliza, compromete, activa y quizás, en algún momento, nos reconcilie.
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