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En busca del padre perdido
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El estereotipo es que la madre mima y el padre requinta. Por eso, es más grato estar cerca de la madre. Sin embargo, en la desgracia, siempre volteas hacia el padre. A veces para pedir ayuda, casi siempre para echarle la culpa. Jesús también lo hizo. Soportó el tormento de la cruz porque al pie le acompañaban sus dos Marías, la Inmaculada y la Magdalena. Pero cuando todo estuvo consumado, reclama: Padre, ¿por qué me has abandonado? Transferir responsabilidad al padre alivia, pero es perverso porque no nos hacemos cargo de nosotros mismos. Como niños que ya no somos, reclamamos cuidados que no corresponden. Lo mismo sucede en la política, tanto que la cultura andina le llama, simplemente, papá gobierno.
Para administrar nuestros problemas construimos un avatar. Mientras mejor imaginamos al Gobierno, más le podemos pedir. En ese proceso, como pago anticipado de favores, lo aprobamos en las encuestas. Luego, si hay prosperidad y recibimos algo, el Gobierno es el mejor del mundo y poco importan sus pecados. Pero si hay escasez y no recibimos nada, el Gobierno es pura basura, aunque hubiese realizado muy buen trabajo. Olvidamos que la política no es una gestión de resultados, sino de medios, que lo que pretende es obtener lo mejor con lo que se tiene. En estos 20 últimos años hemos generado la mayor prosperidad de nuestra historia, pero ese resultado se explica más por los altos precios de los minerales que por gestión pública. La gestión pública fue pésima. De eso sufrimos estos días.
Raimondi lo advirtió: somos un mendigo sentado en un banco de oro. Toda la riqueza del boom del guano, el del caucho y el de los minerales la desperdiciamos en cada época sin construir servicios públicos de calidad. Me asusta esa maldición que se cumple con cada bonanza. Para romper el maleficio, hay que dejar de echar la culpa a cuanto gobernante pasa y olvidarnos de los avatares. Hay que hacernos cargo de nosotros mismos. Eso exige involucrarnos y conocer nuestros problemas, escuchar a todos, pensar en todos, preguntar a expertos, proponer soluciones, ponernos de acuerdo, elegir al mejor para ejecutarlos, darle los recursos, exigirle eficiencia, reconocer su gestión o imputarle responsabilidad. Parecen muchos verbos, pero el resumen se llama democracia. Es el padre que políticamente no hemos tenido y el que debemos encontrar.
En cambio, para el padre de la vida diaria basta un salud, de corazón, para que no se contagie, y un brindis como cuando le abrazabas y le decías bajito: qué buen tipo eres, mi viejo.
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