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Para no gemir en silencio
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Caracalla fue el apodo del emperador Marco Aurelio Severo por la capa larga que usaba. Construyó unos famosos baños termales en Roma, cuyas ruinas ahora son anfiteatro de ópera. Por aquel tiempo había paz en el imperio. Lo malo era que ya no había botines de guerra para financiar el gasto público. En cambio, los negocios prosperaban fuera de Roma. Fue entonces que, con su Edicto de Caracalla, convirtió a los comerciantes de provincias en ciudadanos romanos. Contentos todos: los comerciantes porque, aunque pagarían impuestos, sus negocios recibirían la protección de los tribunales romanos; y Roma porque volvía a tener dinero.
Caracalla descubrió que todo ciudadano puede ser comerciante y contribuyente. Es comerciante cuando vende trabajo a cambio de remuneración y, con ella, compra lo que necesita: alimentos, bienes y servicios. Es ciudadano cuando paga impuestos para recibir servicios públicos. Si tenemos ingresos, pagamos Impuesto a la Renta y por cualquier compra contribuimos con 18% de IGV. Es una regla básica de intercambio comercial y político. Por eso, es justo reclamar cuando no recibimos lo que pagamos. Pero no siempre nos quejamos tratándose de servicios públicos.
Veamos. Mucho de la desgracia del COVID-19 se pudo evitar. Los hechos: se ofreció que en 2019 habría 80 nuevos hospitales pero en 2020, cuando llegó la epidemia, solo se había construido uno. Para afrontar la crisis se habilitó un presupuesto extraordinario, pero solo se ha gastado un 25%. La cuarentena incluyó empresas, pero no para cuidar a las personas, sino por perjuicio contra las mineras y las constructoras, inaudito en cualquier otra economía. Se concedieron bonos para los más pobres, que no se entregaron a todos porque no los tenían ubicados, a pesar de los censos nacionales realizados dos años antes. Las empresas paralizadas siguen forzadas a pagar remuneraciones aunque ya no hay trabajo. Cuando se dispuso el reinicio de operaciones, ya era tarde y nos demoramos aún más por falta de reglamentos.
Cuando las cosas van mal en fútbol, se cambia al entrenador; cuando van mal en las empresas, se cambia al gerente; cuando van mal en el Gobierno, se cambia a los ministros. Si no se hace, el Congreso los va a censurar, pero por llamar la atención, que es peor.
Mientras tanto, aquí no pasa nada. Esta vez no se trata de reclamar solo por servicios de mala calidad. Esta vez estamos pagando miles de muertos y millones de desempleados. Hay que reclamar por respeto a las víctimas. Hay que reclamar muy fuerte por un mínimo de dignidad.
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