Hace poco Edelman publicó su Barómetro de la Confianza 2025. Sitúa al Perú, una vez más, como una sociedad altamente desconfiada. Su índice mide la confianza promedio de la ciudadanía en el Gobierno, la empresa, los medios y las ONG, y divide los países en tres estadios: “desconfianza”, menor a 49%, “neutral”, entre 50% y 59% y “confianza”, mayor a 60%. De una muestra de casi 30 países, Perú se ubica último de la tabla con 37% de confianza promedio, la mitad de lo alcanzado por otro país de nuestra importancia cultural como India y más de 10 puntos por debajo de nuestros vecinos Brasil y Colombia. Nuestro país lidera en América Latina, lamentablemente, varios subindices: mayor preocupación porque líderes gubernamentales engañan (82%), menor optimismo de que la próxima generación estará mejor (34%) y mayor temor por enfrentar prejuicios, racismo o discriminación (74%). Y a nivel global, es el país con mayor sentimiento de agravio de parte de las empresas y el Gobierno (80%) pues “favorecen solo a unos pocos” o “sus acciones me dañan”.
Estos resultados están alineados a los publicados por el Latinobarómetro donde también tenemos en la región la más baja confianza en el Gobierno, Congreso, partidos políticos y democracia. E igual se refuerzan los resultados de la última Encuesta Mundial de Valores de 2022: de los más de 90 países evaluados, Perú lidera el ranking con la más baja confianza interpersonal: no confiamos ni en desconocidos, ni en nuestros propios amigos. Conflictos incaicos por el poder, herencia colonial, guerras civiles, segregación, complejidad geográfica, terrorismo, acelerada migración, hiperinflación, racismo, inoperancia estatal son algunas de las probables explicaciones estructurales de nuestro paupérrimo nivel de confianza social.
Hay evidencia empírica de que la confianza es un factor determinante del desarrollo: genera más crecimiento, mejor educación, mejor imperio de la ley, mayor productividad, mejor democracia. Restaurar la confianza es, quizás, la medicina más potente para nuestras mayores enfermedades nacionales. Desarrollarla no es ni rápido ni simple. Implica liderazgo paciente y valiente. Según las mismas encuestas, los empresarios —en particular de tecnología, energía, gastronomía y turismo—, los religiosos, ahora con apoyo de un papa chiclayano, y los medios de comunicación —en especial, la radio— tienen cierto nivel de confianza relativa y mayor responsabilidad en contribuir con tal desafío.
Es crucial que en las próximas elecciones, además de exigirle a los partidos planes para recuperar la economía, reducir la delincuencia y promover la educación, también pidamos propuestas y sobre todo actitudes de sus candidatos para restaurar la confianza nacional.
VIDEO RECOMENDADO