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Una Constitución de goma
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Este quinquenio pasará, sin duda, a la historia como uno de los más revueltos en términos de interpretación de la Constitución: el enfrentamiento ridículo y constante entre los poderes Ejecutivo y Legislativo ha llevado a unos y a otros a buscar hacerse daño inmediato con las armas con las que la Constitución faculta al Estado para protegerse de manera mediata y respetando la autonomía de poderes.
Y resulta que hay constitucionalistas para cada gusto: todas las posiciones políticas encuentran a un experto que sustente su posición desde los cánones constitucionales. Seguimos creyendo en esa idea mística que nos dicta que un cambio de Constitución va a abrir las puertas a un nuevo mundo de posibilidades: nada más ingenuo. Hemos tenido 12 constituciones en menos de 200 años y aquí estamos.
Es momento de que los poderes políticos empiecen a labrar consensos y, mientras eso sucede, que sean las voces de los constitucionalistas más respetados (y vaya que tenemos una gran escuela en ese sentido) las que prevalezcan en el debate. La Constitución está redactada para defender los intereses de la minoría más pequeña –el individuo– del Estado omnipotente, no al revés.
Durante su mensaje de 28 de julio, el presidente Vizcarra planteó una larga lista de proyectos, reformas y obras que su gobierno implementará. Pero luego nos sorprendió diciendo que su gobierno sería abortado en un año, junto con el Congreso de la República, previas nuevas elecciones. El único problema es que el presidente no puede convocar a referéndum por sí mismo. Necesita mayoría calificada del Legislativo.
Si el Congreso no se la da, el presidente podría hacer cuestión de confianza. Pero esta sería nula, ya que el presidente no puede injerir en reformas constitucionales (como adelantar las elecciones, art. 206). Así, la cosa quedaría exactamente igual que como comenzó. Hagamos un llamado al consenso.
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