YO ENTENDÍ CON EL ALTÍSIMO PRECIO DE LAS RUPTURAS QUE HABLAR ES MÁS QUE NECESARIO. RUPTURAS FAMILIARES, AMICALES, LABORALES Y, CÓMO NO, DE PAREJA. ¿PARA QUÉ HABLAR, INCOMODAR E INCOMODARME SI MEJOR PUEDO CALLAR? TOTAL, NO IMPORTA ESTO QUE ME INCOMODA. ASÍ SERÁ, YA PASARÁ, UN COMERCIAL Y REGRESO.
No sea que por decir lo que estoy sintiendo me dejen de querer. Entonces, mejor así, todo lo que tú digas y hagas estará bien en nombre de lo que, años después, descubrí que me gobernaba: dependencia emocional.
Esa espantosa búsqueda de aprobación en los demás, porque te sientes completamente incapaz de poder funcionar sin el “check” ajeno. Y, para que todo sea perfecto, te complaceré, no te pondré límites, te consultaré hasta por el aire que respiro, porque sin ti me siento completamente inseguro y, por favor, no me vayas a dejar.
Hasta que llega el día en que reaprendes todo y te das cuenta de que igualmente te pueden querer si piensas, haces o sientes algo diferente a los demás. De igual modo puedo ser elegible así, poniéndome en primer lugar.
Y el ejercicio más incómodo de la terapia cognitivo-conductual fue aprender a decir que no y, acto seguido, fomentar y sostener conversaciones incómodas. Esas de las que quieres salir disparado porque te comienzan a dar ganas de ir al baño, se te acelera el corazón y te suda no solo la espalda.
Entender que el amor incluye pensamientos diferentes me costó mucho. El amor jamás divide. El amor no subyuga. El amor te toma con tus activos y pasivos. El amor te convoca tal y como eres. Y si en algo no estoy de acuerdo, tú y yo necesitamos conversar, y eso no significa renunciar al vínculo.
CONVERSACIÓN INCÓMODA 1.- MAMÁ, YO NO SOY TU VIDA: Por alguna razón, mi mamá sigue convencida de que soy un buen hijo, digno de afecto y beneficios, solo cuando hago lo que ella dice. Asimismo, me continúa haciendo saber que ella dejó su vida de lado por mí. Entonces, el precio a pagar es muy alto y jamás doy la talla, no me alcanza ni sumando todo el IGV de mi vida y la próxima. La deuda es eterna.
Hoy, revisando su vida, puedo entender de dónde viene esa herida, pero no me puedo hacer cargo. Yo soy su hijo, no su papá. El adulto responsable es ella. Y, más o menos, esa fue la primera conversación incómoda que tuve. “Mami, yo no me puedo hacer cargo de tu mundo emocional; deja de esperar de mí lo que corresponde que te des tú. Toma tu vida, no me la pongas en la espalda. Tú con lo tuyo, yo con lo mío. No alteremos el orden sistémico”. La respuesta de mi mami ya la veía venir, pero en esta oportunidad ya no me afectaría, y esa es la magia de la terapia… Te entiendes tú y comienzas a entender a los demás. En esta oportunidad, por primera vez, no me iba a sentir el peor de los hijos… Y ahí va el gol de media cancha del dolor de mi mamá: “Otro hijo no haría eso que estás haciendo. Los hijos de mis amigas son mejores que tú”. Yo solo la abracé y procedí a retirarme. Esta vez fue autogol, mami. Te entiendo, pero no lo comparto. Yo también te amo.
CONVERSACIÓN INCÓMODA 2.- ESE RELOJ NO VA A IR EN ESA PARED: Beatriz siempre fue y sigue siendo, qué duda cabe, una mujer de muy buen gusto. Independiente, divertida, hace las mejores milanesas y empanadas fritas del Perú, y le encantan los relojes cucú.
Estas joyas de la precisión relojística se construyen únicamente en Suiza y Alemania, y datan de 1737 en adelante. Mi suegra (hoy exsuegra) había conseguido en una casa de antigüedades tremenda joya y no tuvo mejor idea que colgarla en la pared de mi departamento. Así, de buenas a primeras, de pronto yo tenía un bicho de madera que cada hora sacaba su cabeza por una puertita y, al mejor estilo de “Radio Reloj te da la hora”, se escuchaba por todo el departamento CUCÚ, CUCÚ, CUCÚ.
“Lo siento, Bety, pero ese reloj no va a ir aquí, tampoco allá, ahí, ni allí. Este reloj no va en esta casa”. El amor a veces se olvida de preguntar y eso es lo que pasó. Hoy, cuando voy a mi excasa, veo en esa mi expared colgado el reloj cucú y todos felices. Y me aman tanto, pero tanto, que por las dudas, cuando por ahí saben que voy a ir, la indicación es que apaguen el reloj para que no suene el pajarraco. No vaya a ser que Carlitos se altere (así ha tirado dedo Juanacha, quien me ha confesado, además, que ella también odia ese reloj porque es muy difícil de limpiar).
CONVERSACIÓN INCÓMODA 3.- NO TE VOY A DEJAR HERENCIA: A propósito de un deceso familiar, y de notar cómo los parientitos uno a uno se van convirtiendo en enemigos por unas cuantas monedas y alguna propiedad, decidí sentarme con mi hija mayor y contarle algo que desde hace mucho tiempo vengo pensando: “No les pienso dejar ni un solo centavo a ti ni a tus hermanos. Todo lo que tenga me lo pienso llevar puesto”.
Amo tanto a mis hijos que les quiero dar la maravillosa oportunidad de construir su propio patrimonio. Los veo tan grandes que de ninguna manera pasa por mi cabeza la idea de verlos enfrentados por todo lo que yo pueda seguir amasando en esta vida. Y justo he terminado de leer Morir con cero, de Bill Perkins, un libro donde el autor cuestiona la mala práctica del ahorro excesivo y una vida mediocre esperando el momento preciso para gastar el dinero.
La reacción de mi hija fue de incomodidad y absoluta irracionalidad. Esta cruel y errada asociación amor/dinero, y el concepto de dejarles algo a mis seres queridos simplemente me parece limitante. Y así se lo expliqué a Valentina. Te dejo alguito, no vaya a ser que te falte. Yo, más bien, te doy todo ahora (hasta cierto punto) para que te sobren herramientas y así como yo, que estudié becado integralmente, tú también fabriques tu vida, fortuna y capital. ¿O acaso tú no puedes?
La conversación me dejó perturbado y la pregunta final me tuvo al borde del arrepentimiento unas cuantas noches. Mi esposa diciéndome que se me fue la mano.
Han pasado ocho meses de ese coloquio y hoy mi hija, no sé si por revancha o motivada por el reto de ser mejor que yo (lo cual ya es desde el día en que nació), me ha comunicado que acaba de conseguir una beca integral para estudiar en otro país. “Eso sí, papá, ¿me puedes ayudar con los pasajes?”. Claro que sí, mi vida, yo te pago los pasajes, pero después me lo devuelves y sin intereses, para que veas cuánto te quiero.
CONVERSACIÓN INCÓMODA 4.- NO VOY A DAR LA VIDA POR TI: Comidita romántica para celebrar un mes más de pareja. Estamos de acuerdo Marita y yo sobre que, en mi caso (a la hora de los vínculos), tengo la exactitud de un reloj suizo: cada cinco años me divorcio.
Risas van y vienen, cariños, promesas melosas, uno que otro plan en común, y aparece la pregunta del millón de soles. Como si fuera Pablo de Madalengoitia en Helen Curtis pregunta por 64,000 soles, mi esposa hace una pausa, toma mi mano, me mira a los ojos, abre los labios y pregunta: “¿Tú darías la vida por mí?”… Esto no lo esperaba; no me alcanza para decir que estamos pasados de copas porque no bebemos alcohol.
Apreto aún más su mano, tomo una respiración profunda (para ganar tiempo y no embarrarla con la respuesta), la miro a los ojos más que fijamente y respondo NO. “Yo no daría la vida por ti ni por nadie que me lo pidiera. Es más, si eso ocurriera, lo que haría es irme en el acto. Salir de aquí. Ponerme a salvo de ti. Porque quien te ama, te quiere vivo en cualquier circunstancia y eso significa no pedir mi vida”.
“¿Yo podría dar la vida por ti? Seguro que sí, siempre y cuando tú no me lo pidas. Esa tendría que ser una elección mía. Yo puedo elegir dar la vida por ti si yo lo creo conveniente, jamás porque tú me lo demandes”.
En el acto sentí que lo nuestro había llegado a su fin. Y Mari cierra la noche con un: “Si me hubieras dicho lo contrario, yo no estaría contigo. Por eso, me gustas”.
Parece que la terapia ha hecho efecto.
No es amor si aguantas cualquier cosa en tus relaciones de pareja con tal de no estar solo.
No es amor si te mueres de pánico ante la sola idea de que tu pareja te deje.
No es amor si sientes que necesitas a tu pareja para seguir adelante.
No es amor si tu estado de ánimo depende de la otra persona.
No es amor si no te sientes libre de pensar y comportarte como realmente eres.
No es amor si tienes que callar por miedo a su reacción.
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