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Crisis política en perspectiva
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“Crisis es cuando lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir”, decía Bertolt Brecht. Está claro que el gabinete, más allá de los cuatro cambios, aún no termina de morir. ¿Llegará a la instalación del nuevo Congreso? ¡En este gobierno cae un ministro cada 20 días en promedio! Y eso que ganó la confrontación de poderes que mantenía con el Congreso al disolverlo, con la posterior venia del TC (al margen de lo que uno piense sobre la legitimidad).
El Congreso disuelto adolecía de una crisis de representación (80% no se sentía representado ahí), producto de sus actos cuestionables y de un imperfecto sistema electoral y político que no ha sido enmendado aún. El nuevo y breve Congreso nace con 50% de falta de representatividad, dispersión de bancadas y amenaza de subdivisiones.
La justicia se debate entre las esperanzas de quienes ven en la lucha anticorrupción una esperanza profiláctica, y quienes abominamos sus ligerezas y excesos (prisiones preventivas injustificadas, tipificaciones cuestionables), además de los consabidos escándalos de los “hermanitos”.
Los tres poderes del Estado sufren crisis. No es casual; ocurre hasta en las principales democracias. Está cambiando la realidad sociológica de su premisa: la necesidad y viabilidad de la representación política como única forma de gestionar bienes públicos difusos. La posibilidad de una absoluta (y segura) interconexión entre todos los ciudadanos pone en entredicho la representación misma. Pero la democracia directa conlleva los peligros intrínsecos de lo plebiscitario, que degenera en tiranía. Algo nuevo tiene que nacer para salvar a la democracia representativa o fiduciaria.
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