El jueves por la noche, casi en simultáneo, el ministro de Energía y Minas, Rómulo Mucho, recibía aplausos en el coctel por los 20 años de la concesión del gas de Camisea, mientras que su colega del Ministerio de Cultura, Leslie Urteaga, era abucheada en la inauguración del Festival de Cine de Lima. Es claro que la audiencia era favorable en el primer caso y antagónica en el segundo, pero la coincidencia de fechas puede también servir para hacer notar cuán variable es el desempeño del gabinete. La ministra Urteaga, además de la molestia que genera entre la mayoría de cineastas, tuvo la semana anterior la obsecuencia de reemplazar, junto a la presidenta Dina Boluarte, los textos de Carmen McEvoy y María Emma Mannarelli en la versión impresa del libro 200 años después: los escolares preguntan, los historiadores responden. La versión digital, publicada en https://repositorio.bicentenario.gob.pe, fue mutilada en su presentación y reflexiones finales, que fueron reemplazadas por textos de la presidenta y ministra. No se necesita mucha formación académica para entender que eso no se hace con una publicación, pero sí sobra ego para pensar que un cargo de autoridad temporal es ficha suficiente para pretender reemplazar la capacidad de hacer una buena introducción y reflexión final sobre 200 años de nuestra compleja historia republicana. La escasez de criterio es grave y reincidente.
Esa amalgama de ministros, algunos pocos haciendo lo que pueden por su sector, y una mayoría fabricando crisis por declaraciones tan insólitas como la del ministro Manero: “En el Perú no se pasa hambre. Hasta en el último pueblo del Perú se come de manera contundente” nos va a acompañar varios meses. Ojalá que los pocos ministros buenos quieran seguir siendo parte de un gabinete con tantos talentos para el autogol, cuando no con cuestionamientos graves, como en los casos de Interior y Justicia. A esos pocos buenos hay que agradecerles la ingesta de sapos en fila a la que se vienen sometiendo, más que preguntarles por qué lo hacen.
El rescate en helicóptero al gobernador Oscorima también hace pensar que lo que se percibe como enredado con la presidenta Boluarte se contamina. En el distrito del Valle Sagrado donde pasé las Fiestas Patrias, el comentario general que pude recoger de distintos pobladores sobre el discurso fue de desconfianza absoluta.
El Congreso ha perdido hasta el más mínimo decoro. Ya era el colmo que Podemos Perú, para ganar más comisiones, acumulara congresistas de todo el espectro, con la única coincidencia de tener cuestionamientos o acusaciones serias. Pero entregarle la presidencia de la Comisión de Fiscalización hace cómplice a todos los grupos que han permitido que ello ocurra. Si ya teníamos problemas gravísimos en el Congreso, parece que lo que viene puede ser peor.
El escenario probable inmediato es de autogoles sucesivos de parte del Ejecutivo y de un Congreso sin preocupación por la legitimidad de sus actos. Habrá que rogar a todo el santoral para no hacer papelones durante la APEC. La pregunta inmediata que surge es ¿cuánto puede durar un escenario así? ¿Llega hasta 2026? Tendría que haber una sucesión de factores que permita darle aire al Gobierno para que ello ocurra. Como ya se ha dicho muchas veces, en abril de 2025 se convoca a elecciones y a los congresistas les va a convenir desmarcarse de la presidenta. Si logran ponerse de acuerdo en quién podría sucederla sin que la calle se ponga brava, ese sigue siendo el pronóstico más razonable.
Cuando se analiza esta etapa de casi sumisión del Ejecutivo al Congreso, un tema que no ha merecido discusión es que existe mucha literatura que afirma que los regímenes parlamentarios dan mejores resultados que los presidencialistas, porque permiten salir de las crisis políticas más rápidamente. El supuesto implícito es que haya partidos políticos que efectivamente sean representativos y no argollas manejadas por sus dirigentes ni tampoco vientres de alquiler. Si los partidos políticos funcionaran razonablemente bien, no sería tanto problema que el Congreso influyera tanto en el Ejecutivo.