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Dar la cara

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El esfuerzo del premier Gustavo Adrianzén para intentar esclarecer las últimas denuncias contra la presidenta Dina Boluarte no ha sido suficiente. A la luz de los cuestionamientos, se esperaba una respuesta directa de la mandataria. Darle explicaciones al país por interposita persona, como suele decirse, no ha servido de mucho.
Las dudas, lejos de disiparse, se siguen multiplicando.
Boluarte ha optado por guardar silencio y trasladar sus descargos solo a la Fiscalía, que ha iniciado las investigaciones correspondientes. Sin embargo, hubiera sido mejor una conferencia abierta donde ella misma absolviera las interrogantes de la prensa, que solo expresan las preocupaciones de la ciudadanía.
Al rehuir la confrontación, la bola que se generó simplemente continuará su curso, rodando y creciendo día a día, alimentada por rumores, presunciones, leyendas urbanas, memes, sí, pero también por documentos fiables como los de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Superintendencia de Banca y Seguros.
La institución reveló que entre 2016 y 2022 la presidenta manejó, en sus cuentas bancarias, 1.1 millones de soles de origen desconocido. Es verosímil la explicación que dio el premier sobre la cuenta mancomunada –­de donde procedería el grueso de semejante suma­­– con el Club Apurímac, de cuando ella lo presidió, pero ahí no termina todo.
El extravío temporal del cuaderno de ocurrencias de la casa de la mandataria y el registro del vehículo presidencial en las proximidades de donde se escondía el prófugo Vladimir Cerrón tampoco han sido de ninguna ayuda, pues las explicaciones siguen quedando cortas. De ahí la importancia de dar la cara y zanjar con las dudas que “tormentosas crecen” como dice el vals.
No le falta razón al premier cuando afirma que tan pertinaz rumorología está generando demasiado ruido político e impide avanzar en las acciones del Gobierno para reactivar la economía. Sin embargo, existen otros valores en juego.
El Perú necesita ponerse en marcha, por supuesto, pero en un país con tantos políticos y expresidentes presos o procesados por delitos de corrupción, es imprescindible que la primera funcionaria del Estado, la presidenta de la República, sea un ejemplo de transparencia.
De lo contrario, la historia se repetirá: un desatinado lujo –otro más– que los peruanos ya no nos podemos dar.