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Después de mañana
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No sabemos –por lo menos hasta el lunes– cuál será el desenlace del choque de poderes tras la nueva cuestión de confianza para cambiar el proceso de elección del TC, pero está claro que los “frenos y contrapesos” no están funcionando. ¿Qué deberíamos aprender de estos tristes tres años de estériles enfrentamientos?
Hay que sincerar nuestro sistema político. En teoría somos un semipresidencialismo; en la práctica, cuando el Congreso está en manos de la oposición, funcionamos como un parlamentarismo de facto y espurio. Cuando el Gobierno tiene mayoría congresal, como un “hiperpresidencialismo” (fujimorismo en los 90).
Antes que copiar algún modelo puro –presidencialismo gringo o parlamentarismo europeo–, hay que afinar lo que (más) falla. Primero: eliminar la vacancia por “incapacidad moral”, que hace caer al Gobierno con tan solo conseguir los votos. Las causales de vacancia o destitución deben ser objetivas, no discrecionales, y limitarse a actos que vulneran la institucionalidad: usurpar poderes, impedir la voluntad popular, etc.
La representación parlamentaria tampoco se puede congelar por 5 años, menos en un país sin reales partidos, y en un mundo tecnológica, sociológica y anímicamente tan cambiante. Renovación por tercios del Congreso.
Finalmente, si se mantienen los mecanismos parlamentaristas de censura ministerial, cuestión de confianza y disolución constitucional del Congreso, se debe hacer explícito si la confianza procede o no para reformas constitucionales y que, una vez concedida, el Congreso está obligado a honrarla (no puede desnaturalizar el proyecto de ley o la política). También quién y cómo se dirime si se desnaturalizó (ni el Ejecutivo ni el Congreso pueden ser juez y parte).
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