No es casual que Harris y Trump lleguen empatados al día de la elección. Los Estados Unidos son una nación dividida, en muchos sentidos. Los votantes están ante una disyuntiva que enfrenta a candidatos con valores diametralmente opuestos, y a simpatizantes radicalizados por el antivoto y la posverdad.
¿Suena familiar? Claro que sí, lo vivimos aquí en 2021, es un fenómeno global. Además, los partidos políticos, que fueron siempre garantes de la estabilidad democrática en ese país, experimentan una fuerte crisis de identidad.
El Partido Republicano, desnaturalizado por Donald Trump, atrae hoy más a una clase trabajadora, ultraconservadora y con elementos radicales. Dista mucho, pues, de aquel partido que fuera liderado por figuras de la talla de Ronald Reagan, generando el rechazo de republicanos notables, desde Mitt Romney hasta George W. Bush.
Del lado demócrata, el vacío de liderazgo que dejó Obama ha dado lugar a una variopinta mezcla de personajes y propuestas, que los trumpistas han aprovechado hábilmente para etiquetarlos como socialistas y hasta comunistas (en Perú, ya les dirían caviares). Hasta hace muy poco, parecía decisivo que Harris haya tenido que construir su campaña a última hora y sobre la base de una administración de Biden con grandes pasivos en economía y política exterior.
El conservadurismo de Trump choca con las posturas liberales de Harris, pero la rivalidad no queda ahí. La polarización es feroz, y en gran medida eso es obra de Trump, quien no dudó en incitar a la violencia política tras perder las elecciones de 2020. Para sus seguidores, él es un patriota que defiende lo “estadounidense” (como el derecho a portar armas), así como a la familia y valores cristianos que él mismo no respeta en lo privado. Su discurso es agresivo, populista y políticamente reprobable, y apela a la confrontación y la xenofobia. En este nuevo escenario, no hay lugar para los votantes republicanos moderados.
Por otro lado, las propuestas liberales de Harris —con énfasis en la agenda climática, racial y de género— suponen una amenaza a los valores tradicionales de sectores importantes de la población. No es fácil desmarcarse de un gobierno de Biden, tibio y vacilante en su liderazgo, tanto en lo interno como en lo internacional. Antecedentes como la inflación, la guerra en Ucrania y el fraude en Venezuela son un pesado lastre que puede mermar la capacidad de Harris para convencer a una grey demócrata ávida de cambios profundos.
Estas posturas de los candidatos han profundizado el antagonismo entre sectores de la sociedad, que ya no solo discrepan en términos políticos, sino también en sus principios morales y culturales. Una verdadera lucha de valores.
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