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Editorial: Silencio cómplice

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, sigue manifestando su desprecio por las democracias en la región. Ayer, por ejemplo, evitó pronunciarse públicamente sobre la grave situación de violación de derechos humanos que atraviesan los nicaragüenses con el gobierno de Daniel Ortega.

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El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, sigue manifestando su desprecio por las democracias en la región. Ayer, por ejemplo, evitó pronunciarse públicamente sobre la grave situación de violación de derechos humanos que atraviesan los nicaragüenses con el gobierno de Daniel Ortega.
Ocurrió durante la conferencia de prensa que diariamente ofrece a los medios, ante la pregunta directa de un periodista sobre los 94 opositores –algunos de ellos recientemente desterrados y otros exiliados– a los que el dictador sandinista acaba de quitar la nacionalidad. El mandatario mexicano se irritó tanto con la pregunta que dio por terminada la conferencia, sin responder.
Como se sabe, en Nicaragua no hay democracia, ni libertad de expresión e información; todos los políticos opositores han sido encarcelados o asesinados. Y los estudiantes que organizaron las tumultuosas protestas callejeras del 2018, exigiendo elecciones libres y prisión para las autoridades corruptas, fueron –luego de acordar una tregua cuyos términos el régimen de Ortega traicionó– perseguidos, apresados, torturados o también asesinados, con refriegas que dejaron un saldo aproximado de 300 muertos, en buena medida menores de edad.
Las simpatías de AMLO por los regímenes totalitarios no son nuevas ni solamente de fronteras para afuera. En la actualidad, México vive una creciente militarización de la vida pública, debido a los tejemanejes presidenciales y sus alianzas con altos mandos del ejército. Algunos de estos generales son incluso seguidos de cerca por la DEA por sus posibles vínculos con los todopoderosos cárteles del narcotráfico.
Por otro lado, muy aparte de su pésimo manejo de la pandemia –se calculan más de 650 mil decesos, pese a que los organismos estatales solo han reconocido menos de la mitad– los demócratas mexicanos han denunciado reiteradas veces la reforma electoral que este caudillo populista anda maquinando, con el objetivo más que obvio de perpetuarse en el poder, sea de manera oficial o taimada, “en la sombra” (tilín-tilín: ¿le suena familiar?).
En la víspera de este exabrupto oscurantista, unos 20 exmandatarios hispanos habían condenado la doble moral de AMLO, que por un lado cuestiona al gobierno de Perú –por razones de obvia afinidad ideológica con el golpista expresidente Pedro Castillo– pero calla en todos los idiomas y dialectos ante los abusos del dictador Daniel Ortega.
Por supuesto, ya sabemos por qué AMLO se siente tan cercano al golpista Castillo. De demócratas, ni un pelo.
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