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El cierrapuertas de los ultras
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Martín Vizcarra y Pedro Olaechea se miraron las caras y nada más. Lo del martes pudo ser el germen de un pacto político que resuelva el duro entrampamiento político que vive el país. Tras la cita palaciega, Olaechea admitía que era prioritario el proyecto para adelantar las elecciones. Pero fue burdamente desautorizado, a la mañana siguiente, por los mismos que lo llevaron a presidir el Congreso. Un persecutorio cierrapuertas de la mayoría parlamentaria —pretendiendo investigar a la Sunedu, a las encuestadoras, a Vizcarra y a todo lo que se les cruce— contradice en público a su propio presidente.
Zarandeado por las circunstancias, Olaechea les llamó la atención con un comunicado. “Solicito a los congresistas priorizar la agenda país que, dentro del diálogo que esta presidencia ha iniciado, junto a los portavoces, estamos concentrados en continuar”. Tímido y en parte claro al mismo tiempo, pidió calma a sus huestes. El cuadre hizo efecto en Fuerza Popular, donde saltaron las diferencias. Agenda país —como dice Olaechea— o agenda cicatriz, como la de los ultras; he ahí el sinsabor del zumo naranja. No contentos con dilatar el proyecto de adelanto, han sumado una ofensiva brutal que intenta forzar un escenario caótico que se cargue el país si es necesario.
La salida más realista está en el desenlace del año 2000. No es cambiar la Constitución de forma antojadiza, sino aprobar una disposición transitoria —una herramienta constitucional— que permita adelantar las elecciones y acabar con la crisis. El mundo nos comienza a ver; el ruido se acrecienta. Una de las varias lecciones que dejó el proceso político de esos años es mirarse en el espejo de los de afuera; cómo nos está mirando el mundo. Sí, en esos años el fujimorismo también minimizaba la crisis y hacía como si no pasaba nada.
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