¿Qué pasó? Donald Trump ganó las elecciones al galope en los Estados Unidos cuando, para los especialistas, Kamala Harris le disputaba la presidencia voto a voto. Para ellos era imposible que Trump ganara luego de varias denuncias criminales: sobornos a una prostituta para silenciar declaraciones que podrían complicarlo; fraudes contables en sus negocios; conspiración contra la democracia por haber instigado el asalto al Congreso; y llevar a casa documentos secretos. Los juicios han quedado suspendidos por su elección, pero las pruebas acumuladas lo podrían haber condenado. No obstante, Trump ganó incluso allí donde Harris debería haber triunfado de largo. Comparando la elección de 2020 contra Joe Biden, Trump recuperó 25 puntos porcentuales entre los latinos, 11 entre los jóvenes, 14 entre los no blancos sin educación universitaria, 20 entre las familias pobres y 8 entre los electores de centro (Juan Ramón Rallo).
En campaña, Trump amenazó deportar a los inmigrantes, los acusó de delincuentes y, en pleno debate presidencial, de comerse a sus mascotas y de envenenar la sangre americana, resucitando el racismo más intolerante después de Hitler. Pero primó la economía; una ama de casa, entrevistada al paso, lo resumió: “Que diga lo que quiera, pero que me baje el precio de la compra”. La inflación y la subida de tasas de interés sobre hipotecas hicieron más cara la vida del americano pobre. La culpa la tenía el Gobierno, y Harris cargó con ella porque era su vicepresidenta. Debió defenderse demostrando que todo era consecuencia de las malas políticas del primer gobierno de Trump durante la pandemia y que, aunque los precios subieron, los salarios crecieron más, pero no pudo. Su campaña fue respetuosa de las instituciones y de cada una de las minorías: latinos, afroamericanos y el colectivo LGTB+. Su gran argumento fue que Trump era un peligro para la democracia.
Pero la democracia ni se come ni está de moda, no solo aquí; tampoco en los Estados Unidos ni en gran parte de Occidente. Luego del susto de las guerras mundiales, el capitalismo liberal impuso la fórmula de que un mayor desarrollo económico generaba una mayor democracia hasta generar un estado de bienestar. El laboratorio fue Alemania, en la que el occidente capitalista venció al oriente comunista, cayó el muro de Berlín y la Unión Soviética desapareció. El mundo se hizo global. APEC de estos días es una celebración de esa nueva prosperidad en la que lo políticamente correcto es la democracia, los derechos humanos, el buen gobierno, la transparencia, la rendición de cuentas, el desarrollo sostenible, la equidad y el medioambiente. Pero, en verdad, lo que importa es el libre comercio. APEC es una muestra; están dentro dictaduras y populismos que se toleran porque importa más comprar y vender.
Frente a ese mundo global emerge como antítesis otro por comarcas. Trump es el nuevo líder que cierra fronteras con aranceles para proteger la producción local, con la ilusión de generar más empleo. Descubrió que ese era el nuevo sueño americano y con eso ganó. Salvando distancias, nuestras elecciones de 2026 no serán distintas. Todos los presidentes de este siglo han sido populistas de comarcas, unos más que otros, quizá con la excepción de Kuczynski, que duró poco. Que no sorprenda, porque al 70% que tiene empleo informal, precario e insuficiente le importa un pepino APEC, el Puerto de Chancay y las exportaciones formales. Quieren subsidios y mejor empleo, y quien se los está dando es la economía informal. También quieren seguridad y servicios que el Estado tampoco da. Peor aún, se les ofreció una prosperidad económica que no chorreó y una primavera republicana que tampoco llegó. Economía de exportación y democracia ya no pegan porque la gran mayoría las siente como estafas. En ese panorama, es muy probable que salga elegido otro populista, tan rehén de economías informales como lo fue Castillo y lo es Boluarte, porque el país es cada vez más de ellos y menos de nosotros. Tenemos muy poco tiempo para construir una propuesta eficaz que haga sentido a esa gran mayoría de pobres, que resuelva sus urgencias, que devuelva esperanzas. Es esa empatía la que coloca presidentes. Pasó en los Estados Unidos, pasará en el Perú.