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El Estado soy yo
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Esta afirmación atribuida al monarca francés Luis XIV (1638- 1715) simboliza un gobierno en el que la voluntad de un personaje, en este caso el rey, legisla y decide según su criterio y sus antojos, “por la gracia de Dios”.
El poder así concentrado resulta para el pueblo un desastre si la inteligencia o el criterio del gobernante es pobre y peor si este, además, carece de principios y valores orientados al bien común.
La pandemia sorprendió al país en medio de una larga crisis política. Tras los escándalos de corrupción e impunidad frente a actos delictivos, caímos en manos de un mal gobernante, que se aprovechó de la crisis y concentró el poder junto a un Estado con ineficiencia endémica.
Cerró el Congreso, se rodeó de ministros secretarios, sin capacidad de cuestionamiento, varios de ellos ineptos y de ideología controlista, consejeros mercenarios y políticos arribistas.
Este autócrata conculcó nuestros derechos, nos confinó, nos amedrentó, cerró nuestros negocios, reguló nuestras vidas con el pretexto de salvaguardar la salud y el bien común. Su torpeza para entender el funcionamiento del país nos condujo al primer lugar en muertes y en crisis económica.
Hoy, además de sus carencias intelectuales, constatamos, una vez más, su bajeza moral con el escándalo de las vacunas. Él y su equipo de taimados fueron incapaces de adquirirlas, pero sí supieron ponerse a salvo.
Ha quedado en evidencia que este Estado es incapaz de enfrentar la pandemia. La adquisición y administración de las vacunas debe abrirse al sector privado formal y competente, sin complejos. Cada día que pasa, suma en vidas y en crisis económica. Es nuestra vida, la de nuestras familias. El Estado es nuestro.
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