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El exorcismo de Dina Boluarte

"Toda aventura heroica implica riesgos. Hay por lo menos dos en este caso. El primero sería que el exorcismo no funcione. No por falta de poder, sino porque la posesión en realidad no sería tal, sino un cuadro psicológico”.

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(Midjourney/Perú21)
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Por vez primera en más de dos mil años de historia y una relación de 267 sumos pontífices, la Iglesia católica ha designado como representante de Dios en la Tierra a alguien familiarizado con el sabor de la Inka Kola.

Las proyecciones exponenciales de esta singularidad han revertido la desilusión peruana, sabor nacional que nos acompaña tal como la neblina a Lima.

La pasada vida terrenal peruana de la autoridad espiritual suprema del catolicismo —cuántos huevos fritos desayunaba él en Chiclayo, el nombre de su perro norteño, etcétera— será una constante celebratoria de estos tiempos. Por lo menos hasta que regrese al Perú y refresque nuestro vínculo con la divinidad a través de lo que en Roma se conoce como el peruviani vitam cotidianam: ese dedo humano a punto de extenderse para tocar el dedo de Dios, según pintura en el techo de la Capilla Sixtina.

Tu patria es aquella donde esté tu cepillo de dientes, decía un poeta. Es significativo que, en los años ochenta, en medio de una de las más violentas tormentas peruanas, un nativo de Chicago e hincha de los White Sox haya decidido pasar por el suplicio temerario de tramitar DNI en una ciudad conocida como Ciudad de la Amistad a pesar de su urbanidad históricamente agreste y caótica. Salva Chiclayo la cálida hospitalidad de su gente y una gastronomía bendita hasta en sus más subestimados representantes, tales como el chifa pollería Bruce Lee (av. Grau 2841, frente a la urb. Los Tallanes), otra muestra de que la fusión culinaria peruana es dogma de fe.

La palabra “pontífice” deriva del latín pontifex, conformada a su vez de las raíces latinas pons (puente) y facere (hacer). Esto hace del pontífice un constructor de puentes, el hacedor de una vía de comunicación entre cielo y tierra. Esa es la función del papa para el creyente de a pie.

Para el político, específicamente para la especie punible del expresidente peruano, un puente puede ser también una ruta de escape. Un papa espiritualmente peruano ha sido como si se le hubiera aparecido la Virgen a la señora Boluarte.

Ha hecho bien el Congreso en permitir a Boluarte ir al Vaticano. No solo sirve como alivio de su desencuentro con la opinión pública, sino que permitiría atender una cuestión espiritual urgente. Para explicar esto es necesario revisar un poco de historia papal.

El cardenal Prevost, el padre Bob de Chiclayo, eligió el nombre de León XIV para su papado. Su antecesor de mismo nombre, el papa León XIII, estuvo al frente de la Iglesia entre 1878 y 1903, y es autor de una viga fundamental de la doctrina social de la Iglesia, la encíclica Rerum novarum. Pero, además, León XII fue protagonista de un episodio que lo acercó al filo mismo de la oscuridad. Dice la leyenda que este papa vio al diablo.

Sucedió una vez que decía misa, cuando en un momento quedó inmóvil y abstraído mirando al vacío. Intempestivamente, se retiró a su despacho sin dar explicaciones a nadie. Al rato regresó con un escrito, ordenando que fuera rezado en las eucaristías por todos los sacerdotes del mundo. Se trataba de una plegaria contra Satán; desde entonces sería conocida como el “pequeño exorcismo del papa León XIII”.

El rezo estaba dedicado a san Miguel Arcángel, príncipe de la milicia celestial encargado de mantener a raya al diablo. Este exorcismo exprés se mantuvo hasta el Concilio Vaticano II, que lo dejó como una plegaria opcional a cada creyente.

El protocolo católico del exorcismo, por cierto, se mantiene como una herramienta espiritual disponible para enfrentar los casos de posesión diabólica. En De exorcismis et supplicationibus quibusdam, se dictan los parámetros de cómo debe practicarse el llamado exorcismo mayor, detallando ritos tales como la señal de la cruz, la exsuflación (soplar sobre el rostro de una persona), los ayunos y las abjuraciones que contienen pasajes de la Escritura. Hollywood ha utilizado esto a su antojo según sus necesidades taquilleras.

En cuestiones de fe no existen las casualidades. Que el papa peruano haya elegido el nombre del papa que enfrentó al Príncipe de las Tinieblas ofrece varias interpretaciones. La más obvia está escrita en los cielos: Dina Boluarte necesita ser exorcizada.

Que quede claro que esta posibilidad se ofrece en beneficio de la liberación de su alma, notoriamente agobiada por la vanidad, la soberbia, la envidia y la pereza, tentaciones con las que la malignidad acecha a los hijos de Dios. La incompetencia es un problema adicional, pero no es pecado.

Toda aventura heroica implica riesgos. Hay por lo menos dos en este caso. El primero sería que el exorcismo no funcione. No por falta de poder, sino porque la posesión en realidad no sería tal, sino un cuadro psicológico producto de un problema emocional, trauma que suele estar detrás de operaciones cosméticas innecesarias.

El otro riesgo, más pedestre, es que la señora Boluarte no regrese de la Santa Sede. El Vaticano, como Estado soberano reconocido internacionalmente desde 1929, está facultado a ofrecer asilo político. Dina podría estrenar un exilio italiano. El expremier Adrianzén, de ser nombrado embajador en Roma, sería su ‘Todinito’.