Hubo cosas que debían pasar y no pasaron. En agosto de 2016, Kuczynski era presidente y Keiko tenía mayoría absoluta en el Congreso. Con tanto poder junto, podíamos haber reforzado la economía de mercado que nos hacía crecer más que a nadie en la región; habríamos tenido más empleo y menos pobreza; y se hubiese convocado a los mejores para que, desde otros puestos, replicasen la excelente gestión de Julio Velarde en el BCR. Pero los pleitos electorales se convirtieron en guerra. El Parlamento atacó primero, censuró a Jaime Saavedra: el mejor ministro, el de mayor aprobación, el que lideraba la reforma de la educación, acaso la más necesaria porque, ahora, tendríamos un ejército laboral más preparado. El cardenal Cipriani los invitó a un abrazo por la paz. La foto los muestra arrodillados en oración, pero distantes. Ahí nomás se nos vino un Niño de los bravos, de los peores de la historia, millones de afectados y miles de millones de dólares en pérdidas. Con toda la fuerza gerencial apoyando al Gobierno y con todo el dinero que entonces se tenía, se podría haber realizado una reconstrucción de verdad, eficiente y sin corrupción. Pero ya lo ve, no se hizo mucho: los ríos se siguen desbordando, las ciudades se siguen inundando, los huaicos siguen arrasando los pueblos y los puentes se siguen cayendo.
Hubo cosas que no debían pasar y pasaron. Mientras escalaban las broncas oficiales, explotaba el caso Lava Jato. El negocio era que la empresa ganase una licitación al precio más bajo y luego, corrompiendo funcionarios, incrementara el valor en un 25% promedio. Así nos robaron miles de millones de dólares. La Fiscalía celebró acuerdos con las empresas. Usted dirá que para que, arrepentidas, devolvieran el dinero; pero no, les perdonaron la vida. Lo que más le interesaba a la Fiscalía era acusar a los políticos. Aun así, no lo hicieron bien: solo Toledo está preso, Vizcarra está en veremos y Villarán, aunque confesa, todavía no tiene juicio. Kuczynski no recibió coima, tuvo conflicto de interés para que un socio prestara asesoría, que es otra vaina; ganará por prescripción. Ollanta recibió dinero para aportes de campaña cuando no era funcionario, y esa precoima, si la hubo, no fue ni es delito, es solo una nefasta expectativa. Saldrá libre en la apelación. Aplica también para Nadine y para Keiko. Los políticos contratacaron para controlar la Fiscalía, el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. En 2019 Vizcarra disuelve el Congreso porque iba a elegir a un nuevo Tribunal Constitucional que no le gustaba. Al año siguiente, el nuevo Congreso lo destituye bajo denuncias de corrupción. Mientras tanto, las obras públicas están paralizadas, sin cerrar la brecha de infraestructura que tanta falta nos hace para competir en el mundo.
Esas guerras cuestan mucho. La política, en líos judiciales, buscó salvarse como pudo; la justicia, con ambiciones narcisistas, acusó a la loca. Como resultado, se envilecieron tanto que nadie cree en ellas. Luego, llegaron la pandemia, que pisó duro y fuerte, y Castillo, que ofreció populismo, pero se dedicó a la corrupción al por menor, porque no estuvo preparado para más. La torpeza de su golpe de Estado fallido debió devolver sensatez, pero Boluarte también ha quedado prisionera entre corruptelas de baja intensidad (relojes y cirugías a cambio de favores) y cosas más graves (abandono de puesto, mentiras y los muertos de las manifestaciones). Sin embargo, lo peor nunca llegó. Ollanta no expropió a lo Velasco y, aunque paralizó inversiones mineras, puso en marcha programas sociales que bajaron la presión. Castillo no lanzó la segunda Reforma Agraria que, por lo demás, solo era un plan de subsidios para el agro andino. Debe haber habido algo que impidió un apocalipsis temprano. En 2026 elegiremos nuevo gobierno. Preocupa que la oferta sea muy pobre, que la gran mayoría de los partidos haya nacido con firmas falsificadas y que la delincuencia y la economía informal se apunten para ser los nuevos amos. El futuro siempre tendrá una dosis de incertidumbre; pero, si miramos el pasado, veremos que mucho pasó porque dejamos que pasara. Entonces, que no nos asuste lo imprevisible del futuro, sino repetir la indiferencia con que toleramos el pasado.