Antes de 1990, los partidos políticos tenían identidad, ideología y visión de país; hacían propuestas originales y forjaban líderes históricos. Desde entonces, han cedido el paso a las decenas de pseudopartidos que hoy nos desgobiernan: cascarones intrascendentes, indistinguibles entre sí, al servicio de mercaderes oportunistas y pigmeos intelectuales. En términos de cultura democrática, ahí es cuando se jodió el Perú.
¿Volveremos a tener partidos sólidos? Ojalá, pero ello requiere reformas que deben ser aprobadas en el Congreso por… ¡los mismos partidos! Para romper este círculo vicioso, urge promover la participación de políticos independientes, sin partido pero con ideas propias y las rodillas limpias; que quieran a este bello país lo suficiente como para no someterse a los cálculos y caprichos de algún jefe y fundador, caudillo o lideresa; y para no dedicarse a cabildear a favor de mafias, empresarios codiciosos, vividores del Estado u ONG con agendas ocultas.
¿Es esto posible? Mi experiencia en el Congreso me sugiere que sí, que es posible y necesario. Como congresista no agrupado, he notado que el establishment político se incomoda con quienes no obedecemos a cúpulas. Qué importante es la disonancia constructiva. Una de las cosas que más valoro hoy es poder servir a mi país diciendo lo que pienso y actuando según mis convicciones. ¿Se imaginan vivir forzado a apoyar leyes espurias o blindar ministros insostenibles? ¿A votar por tal o cual candidato impensado para presidente del Congreso?
En una coyuntura que nos empuja a tomar partido por un bando o el otro, nada como la libertad de opinar sin ser lover ni hater; de poder buscar coincidencias con el adversario; de ignorar la superioridad moral de los antis, caviares, el falso centro, y últimamente, de esa nueva derecha aliberal que sin darse cuenta, está creando su propio globalismo. Mención especial para los influencers que pretenden ejercer un poder paralelo sin asumir responsabilidades, fungiendo de periodistas.
Ser independiente es sinónimo de autenticidad. Pero la falta de músculo partidario tiene un costo muy elevado: hace aún más difícil defender causas y mover agendas. Los políticos sin partido deben poder inscribirse y postular al Congreso como no agrupados, con los mismos derechos que sus colegas en bancadas para presidir comisiones, priorizar proyectos de ley, influir en la agenda legislativa, postular a la Mesa Directiva e intervenir en debates. Sobre todo, si han obtenido votaciones muy altas.