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En una vida estamos todos
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En El terror de la virtud se dice que, aproximadamente, un millón de personas fueron ejecutadas y quemadas en la hoguera entre los siglos XIII y XIX en Europa, bajo cargos de brujería, y que los historiadores debaten hasta hoy sobre qué podría explicar estas histerias colectivas que llevaron a acusaciones absurdas y asesinatos de personas perfectamente inocentes (Axel Kaiser).
Parecidas situaciones, con velo de legalidad, ocurrieron con las guillotinas en la Revolución francesa, las cámaras de gas en la Segunda Guerra Mundial, los trabajos forzados en los Gulag de la Unión Soviética y tantos otros exterminios de millones de vidas, todos los cuales nos hacen repetir, una y otra vez, siempre con dolor, el antiguo reconocimiento: “Soy humano y nada de lo humano me es ajeno” (Terencio).
En su conferencia, Kaiser comentó una frase de Arthur Miller sobre la psicología de la caza de brujas: la brujería es un delito invisible en el que solo la bruja y su víctima pueden testificar; como no cabe esperar que la bruja reconozca su delito, entonces todo lo que queda es aceptar el testimonio de la víctima.
Considerando esa naturaleza, que no quede solo aceptar el testimonio del colaborador eficaz. Aterra y angustia que solo se presten oídos a los delincuentes si ellos acusan a otros para salvarse. Subleva y repugna el juzgamiento de los árbitros en masa, así como una dictadura de jueces y fiscales en el Perú. La lucha contra la corrupción será, espero, la actividad principal del Estado y la sociedad por muchos años. Debe hacerse de forma razonada, distinguiendo la paja del trigo. La liberación de ocho árbitros nos reconforta porque “aquel que salva una vida salva al mundo entero” (La lista de Schindler).
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