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La ética de lo cotidiano
Escribo estas líneas el día de nuestra ciudad.
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Roberto Lerner,Espacio de crianzahttp://espaciodecrianza.educared.pe
Escribo estas líneas el día de nuestra ciudad. La fea, la gris, la de los gallinazos, de los montículos de basura, la que vivió oleadas migratorias y crecimientos desordenados, la enorme y pesada cabeza de un país al que le da la espalda. Pero también, en medio de sus contradicciones, la urbe cada vez más llena de iniciativas culturales y espacios que invitan a variadas transacciones.
Con un grupo de púberes hice un recorrido, el más largo posible, con el Tren Eléctrico y el Metropolitano, bajando y subiendo, yendo y viniendo. Observamos, comentamos, preguntamos, a medio camino entre usuarios, etnógrafos y periodistas. La semana anterior habíamos hecho lo mismo usando los otros medios de transporte público: taxis, mototaxis, micros, buses.
Yo no entiendo de economía, pero algo, sí, de la lógica de la vida cotidiana. Cuando conversamos sobre nuestra experiencia, los chicos mostraron sorpresa frente a la diferencia en sus propias conductas y actitudes en ambas situaciones.
Cuando no existen paraderos fijos, ni lapsos predecibles, cuando las señales son contradictorias y ambiguas, cuando el contexto es de bulla, desorden y suciedad, ellos se comportaron agresivamente, viendo al resto como enemigos y al espacio físico como territorio que no se usa sino se abusa.
En el Tren Eléctrico y el Metropolitano, ellos y el resto, fueron parte de una colectividad, ciudadanos que gozan de un bien común con reglas, pautas, lapsos, turnos; un bien común que todos cuidan, en el que cada quien tiene un papel definido y el único poder es el de las normas.
No es un asunto ético, aunque hay una ética que termina por articularse. Es una cotidianeidad agradable y civilizada que no necesita de discursos, campañas ni moralina. Y no es difícil.
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