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La falacia del modelo
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Los meses recientes han sido para los peruanos una especie de terapia de shock: la coyuntura política nos ha recordado lo endebles que son nuestras instituciones y la precaria condición en la que sobrevive nuestra democracia. Es cada vez más evidente que la corrupción ha gangrenado a todos los grupos que ostentaron el poder o anduvieron cerca. Así, la indignación ha vuelto a colmar a los ciudadanos y la aprobación de los poderes anda por los suelos. Los políticos de todas las tiendas están también molestos, aunque no todos saben con quién.
La cuestión está en que se ha vuelto muy común que se pida un cambio de Constitución, porque este modelo la corrupción lo ha copado todo. Y allí hay un problema serio de causalidad. Hasta el día de hoy nadie ha podido demostrar que exista una correlación entre el modelo constitucional de un país y el índice de corrupción que afecta a sus ciudadanos. La corrupción es un parásito que crece en gobiernos de izquierda y de derecha, liberales y conservadores. Hay centenares de ejemplos que así lo demuestran. Esto, sin embargo, no es todo.
Habita en nuestros políticos una extraña idea: cada vez que nuestras instituciones colapsan o están al borde del abismo, proponen hacer un borrón y cuenta nueva y refundar nuestra república bajo el amparo de una nueva Constitución. Como si cambiar las reglas del juego pudiese impedir que los jugadores hagan trampa. Fuera de lo anterior: es una fórmula que en 200 años de independencia hemos probado más de diez veces con ningún resultado. La historia y los hechos, lamentablemente, no impiden la repetición de la falacia.
Nadie dice que no se deba discutir el contenido de la Constitución. Debe, más bien, ser constantemente debatido y puesto a prueba por la sociedad. De esta manera, el marco constitucional bajo el cual la república opera puede evolucionar espontáneamente con la costumbre y la sociedad. Lo que debemos desterrar es ese pensamiento infértil que nos empuja a querer cambiar de Constitución. Las constituciones no se cambian, se enmiendan. El propio texto indica cómo puede plantearse cada enmienda y cuál es el procedimiento para hacerlo.
¿Por qué quienes constantemente plantean la necesidad de una nueva Constitución no plantean la enmienda de los extremos que consideran errados? Así podríamos empezar a ser una república y dejar de ser este ensayo.
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