Un país, por definición, se compone de al menos tres elementos: territorio, nación y ley. Aunque existen muchas variantes dentro de esta trilogía, en resumen, son estos tres elementos los que deben coexistir.
En cuanto al territorio, tenemos uno privilegiado, recorrerlo es un placer para todos los sentidos. Pero hasta ahí llegamos, el segundo elemento ya es un problema. No existe una nación como tal, existen muchas y el proceso de republicanismo vivido ha fracasado.
A eso debemos sumarle que el ordenamiento jurídico, el imperio de la ley, el ejercicio del poder, por tanto, no es construido para la satisfacción y protección de esas múltiples naciones, sino, por el contrario, para alimentar el egoísmo que caracteriza a quienes están llamados a liderar. “La ley, debe ser acomodaticia. Mientras sea para otros, que caiga con firmeza; pero para mí, que sea esquiva y ciega”.
Cumplimos un año más, pero la involución es impasible. Nos alejamos año a año de cualquier idea de progreso y desarrollo. Reafirmamos nuestra indiferencia por el otro y nuestra voracidad por llenarnos los bolsillos. Somos estructuralmente informales.
“La búsqueda de la calidad y la excelencia es un despropósito, una pérdida de tiempo”. La Presidencia de la República la ocupa una persona que llegó al poder de la mano (y con la plata) del partido político de un condenado por corrupción, y quienes más deberían criticarla la respaldan y hasta la defienden.
La presidencia del Congreso está en manos de una persona vinculada a la minería ilegal, que, por tanto, está vinculada a la explotación infantil, la depredación del medioambiente, la extorsión y el sicariato. Y fue elegido por otros como él, traidores a la patria a los que les importa un pepino todo lo que no les llene de monedas los bolsillos.
Y las encuestas nos dicen que como ellos, nosotros. Lideran esas encuestas los mismos partidos que hoy destruyen el país. Y votaremos por ellos para luego quejarnos de ellos mismos, otra vez. Porque así somos nosotros, incompresibles.
Nos quejamos del maestro de la escuela de nuestros hijos, pero votamos por el político que contrató a ese maestro. Dos cosas, solo dos: educación pública de calidad y demonizar la corrupción. Más educación y menos corrupción; y no al revés, como es hoy la ruta que nos trazan los miserables que nosotros mismos pusimos a decidir nuestro destino.