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La frustración es nuestro enemigo
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Sendero Luminoso está de vuelta. De esto ya no cabe ninguna duda. Disfrazado de Movadef, pero sin un ápice de arrepentimiento por todo el daño que le hizo al Perú con su demencial ideología, sus dirigentes han vuelto al ruedo bajo el argumento evidentemente falso de que Movadef es un movimiento distinto a Sendero y que lo que busca es participar democráticamente en las elecciones del 2016, cuento que quienes vivimos aquellos tiempos no creeremos jamás. Movadef y Sendero son lo mismo, y quien diga lo contrario o está equivocado o miente. El hecho, como es comprensible, nos llena de un hondo desasosiego y abre, en lo más frágil de nuestra alma, una ventana que pensábamos que había sido cerrada hace tiempo y para siempre. Y es así como las preguntas aparecen inexorablemente. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que existan personas que puedan creer en los argumentos de Movadef-Sendero y, lo que es peor, abrazar su ideología? ¿Qué fue lo que hicimos tan mal como sociedad para no haber sido capaces de aprender la lección para siempre, de manera que nunca más vuelvan a surgir movimientos que, en aras de implantar su ideología, fueron capaces de lo más abominable? ¿Fue la clase política la responsable? ¿Fue la sociedad? Vamos por partes. Todos coinciden en que, en los años 80, el escenario era el indicado para que, en los Andes, el Amazonas y los sectores periféricos de las grandes ciudades costeras, Sendero pudiera sembrar su ideología en los corazones de aquellos a los que la frustración simplemente había vencido. Sin embargo, en aquel tiempo, la frustración, más que política, era principalmente económica y social. La democracia volvía una vez más llevando una frágil brisa de esperanza a aquellos golpeados durante siglos. Sin embargo, la herida de la desigualdad seguía allí latente, debido a la ineptitud de una élite incapaz de abocarse, a partir de un reconocimiento de su posición privilegiada, a la gran tarea de construir un país para todos. Y es ahí donde viene la siguiente pregunta. ¿Y, si en aquel entonces el caldo de cultivo era la frustración económica y social, por qué resurge ahora? ¿Acaso no estamos creciendo económicamente? ¿Acaso no hemos reducido la pobreza en decenas de puntos? ¿Acaso nuestra sociedad no vive hoy un momento de reafirmación de su identidad a partir de su hermoso mestizaje? Como en todo, la respuesta es sí y no. Cierto es que hay muchos peruanos, cientos de miles, que hoy, habiendo empezado desde abajo, han logrado no solo llevar prosperidad a sus familias, sino que, además, han logrado un reconocimiento social que dignifica a veces su origen y otras su oficio, y que los hace sentirse parte de un proyecto nacional. Pero cierto también es que aún existen enormes desigualdades en el mundo rural tanto andino como amazónico, altiplánico y costero, así como en las zonas periféricas de las grandes ciudades; que nuestra educación pública gratuita sigue sin ser el gran arma libertadora de nuestros niños y jóvenes más desfavorecidos; que tenemos un sueldo mínimo inaceptable para un país que pretende construir un futuro próspero a la vez que pacífico; que los altos impuestos que ahogan a quienes reciben a cambio servicios públicos de calidad inaceptable obligan a muchos de ellos a tomar la decisión terrible para el Perú de saltar a la informalidad. Pues, en efecto, este panorama nos lleva a afirmar que, en muchos peruanos, la frustración económica sigue siendo lacerantemente real. Sin embargo, es otra frustración la más peligrosa hoy y es la que nuevamente da cabida a Sendero-Movadef: la frustración política. Nuestros jóvenes quieren creer en su país; quieren seguir construyendo un país para todos; quieren prepararse a fondo, sea como intelectuales, científicos, empresarios, trabajadores o deportistas para sacar adelante sus sueños; quieren creer en sus líderes; quieren tener la paciencia necesaria y la comprensión para no dejarse tentar por opciones extremas de ideologías absurdas o, como en este caso, violentas. Sin embargo, cuando observan a su alrededor, ¿qué es lo que ven? Un enorme vacío de liderazgos, de lucidez y de inspiración en aquellos que deberían sacar lo mejor de nuestros jóvenes a través de sus palabras, ideas y acciones. Pero no. Lo que ven es solo una inefable y a veces nauseabunda pugna por el poder carente de todo aquello que podría consolidar en sus almas la convicción de que no es la obsecuencia ideológica ni la violencia, sino la paz, el trabajo, la creatividad, la tolerancia, la solidaridad, la honestidad y el esfuerzo personal y colectivo lo que les dará sentido a sus vidas. Y es allí donde ambas frustraciones se encuentran dando vida al inesperado escenario que hoy presenciamos. ¿Por qué creer que mi futuro y el futuro de los más olvidados cambiará si aquellos que pueden hacerlo solo me inspiran frustración y desconfianza?, se preguntan aquellos en los que habita la peligrosa frustración. Es en esa combinación explosiva que la frustración se hace más honda. Es en ese contexto que Modavef vuelve a cobrar vida y justamente por ello es en ese terreno, en el de la frustración, en el que, como sociedad, debemos combatir y derrotar a Sendero-Movadef. Políticos, empresarios, intelectuales, trabajadores que tenemos una oportunidad en la vida para salir adelante individualmente, aprendamos esta vez la lección, gritemos una vez más con firmeza que no les tenemos miedo, tomemos con sentido histórico la oportunidad y unámonos en esta, la gran y definitiva batalla colectiva: derrotemos la frustración de una vez y para siempre construyendo juntos un país para todos, nos toque lo que nos toque hacer. Si lo logramos, una vez más la sociedad peruana, pacífica en su infinita mayoría, habrá vencido y quizá, con lección aprendida bajo el brazo, esta vez la victoria sea para siempre.
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