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[OPINA] Gonzalo Elías: “El padre presente”
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La semana pasada me llamaron para hacerme una entrevista telefónica sobre el parricidio. Yo, que no soy experto en el tema, pensaba: ‘No creo que sea coincidencia que haya habido dos parricidios en Lima en días contiguos al Día del Padre’. Las fechas importantes remueven cosas importantes.
El “padre” está en crisis. No es solo el padre de familia el que está debilitado, sino también el “padre” de la patria, el “padre” de la iglesia y las figuras paternas en general.
Son muchísimos hogares en nuestro país que tienen a un padre abusivo, violento o ausente. Alguna vez leí a un autor decir que es mejor un padre muerto que ausente. Y es que la ausencia (cuando no es por razones de fuerza mayor) también es una forma de agresión.
Los hijos necesitan ser conocidos –bien conocidos– por sus padres. Antes se pensaba que el padre debía ser una figura autoritaria, dogmática, correctiva. Ahora sabemos que más que la corrección necesitamos conexión.
El padre debe ser alguien que acompaña y que ejerce una disciplina positiva basada en el respeto y el amor sin prescindir de la firmeza.
Al igual que en los sistemas políticos, no es que la democracia implique ausencia de autoridad; al contrario, poner límites y consecuencias es función primordial, pero distinta al autoritarismo o a la anarquía, que han probado ser bastante más imperfectas.
El padre entonces debe ser, ante todo, cercano. Y auténtico. Un padre “testimonial”, como dice el psicoanalista italiano Massimo Recalcati. “La demanda es por un padre que sea capaz de testimoniar sus pasiones y de cómo se puede estar en este mundo con deseo y, al mismo tiempo, con responsabilidad. Un padre humanizado, vulnerable, capaz de mostrar a través del testimonio de su propia vida, que la vida puede tener sentido”.
Esta postura humanista, existencialista, nos habla de un padre que no solo conoce bien a sus hijos, sino que es bien conocido por ellos. Un padre que logra que sus hijos se sientan incluidos en sus proyectos.
Ojalá logremos ser vistos por nuestros hijos como verdaderos padres, tiernos pero firmes, protectores pero retadores, pacientes, presentes, generosos, e inmensamente amorosos. Lo merecen, porque, como dijo José Saramago, “Dios bendiga a nuestros hijos, pues a nosotros ya nos bendijo con ellos”.
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