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Guido Lombardi: Gorditos
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No debe ser muy elegante ponerse a hablar de las panzas ajenas cuando uno no es una libélula, pero qué le vamos a hacer. La coyuntura obliga. Cuando el ministro José Luis Pérez Guadalupe anunció que se volverá a poner en práctica el examen físico para los suboficiales que deseen ascender en la carrera policial, se armó un revuelo. Hubo quienes lo consideraron una burla, a otros les pareció intrascendente y algunos aceptaron de buena gana la mueva medida considerando que, si bien no es urgente, es necesaria.
Y, en efecto, es mejor un policía atlético que uno rollizo. Sin embargo, a los kilos de más que ostentan los hombres encargados del orden público hay que sumarles las balas de menos que reciben, que no les permiten tener entrenamiento apropiado para enfrentar a la delincuencia. Si un policía quiere entrenar tiro al blanco, tiene que costear sus propias municiones. Si está de servicio, sale a patrullar con dos o tres balas, algunas de cuales (según denuncia de ellos mismos) vienen vencidas y se atascan en los revólveres. Además, suelen vestir uniformes que parecen sofocarlos en verano y desabrigarlos en invierno. ¿Hay algo menos apropiado para perseguir a un ladrón que chancabuques pesados? ¿Alguna vez han visto a un policía de Carreteras con un uniforme que no lo haga sudar como si estuviera metido en un traje de dunlopillo? ¿Alguien se ha puesto a pensar por qué las mujeres van en incómodos pantalones apretadísimos que solo les sirven para cosechar insultos (sí, insultos, no piropos) mientras trabajan?
Los uniformes raídos y desteñidos, las botas pesadas, la falta de combustible para patrullar, el pésimo rancho que reciben en las comisarías, el inadecuado horario de 24x24, la falta absoluta de apoyo psicológico y nutricional dan cuenta de un cuerpo policial que está muy maltratado y muy mal considerado. Y también está gordo, pero ese no es el más pesado de sus problemas.
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