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Guido Lombardi: Oro no es
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Esta semana se confirmó una noticia que nadie quería escuchar: Gladys Tejeda perdió la medalla de oro que con tanto esfuerzo había ganado en la maratón de Toronto 2015 por dar positivo en los controles de dopaje. Nos quedan las conseguidas por Francisco Boza, tiro; Natalia Cuglievan, esquí acuático, y Alexandra Grande, karate.
Sin embargo, sin restarles valor a quienes han logrado la hazaña de traer 13 medallas, estas no nos hacen ni remotamente competitivos. Estados Unidos, por ejemplo, reunió 265 medallas y los vecinos como Brasil y Colombia obtuvieron 141 y 72, respectivamente.
Estos resultados dejan en evidencia lo muchísimo que nos queda por avanzar en la promoción del deporte y demuestran lo desprotegidos que llegan nuestros atletas a eventos de alta competencia mundial.
Desde el año 2003 está vigente una norma, impulsada por la congresista Cecilia Tait, que exige a los deportistas peruanos realizarse una prueba antidopaje antes de salir a competir en el extranjero.
El objetivo es ahorrarnos la humillación de tener que devolver medallas y, sobre todo, cuidar al deportista para que no reciba una sanción que lo inhabilite por largos años.
Tejeda y Fiol nunca pasaron por esas pruebas exigidas por la legislación simplemente porque son muy caras, y porque en el Perú no existe un solo laboratorio que ofrezca el servicio.
Esta precariedad no tendría nada de novedosa si no fuera porque Lima es la sede de los Juegos Panamericanos del año 2019; y ni siquiera hay un plan maestro que detalle dónde y cómo se van a construir las villas deportivas para albergar a los deportistas de todo el mundo que nos visiten.
Nos empeñamos en querer jugar en las ligas mayores, pero a la vez somos incapaces de asumir los retos que estas imponen. Y la vergüenza de esa perenne improvisación nos está costando mucho más que una medalla de oro. Nos está costando la dignidad de nuestros atletas.
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