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Está claro que este gobierno de transición tendrá a su cargo los destinos del país por un tiempo más bien limitado, pero en algunas carteras la duración de los ministros está batiendo récords históricos de fugacidad, como si el hecho de haber tenido un presidente que duró ridículos seis días en el cargo estuviera marcando la pauta política del país.
Y lo que está sucediendo con el Ministerio del Interior, por desgracia, ayuda menos que poco a consolidar la credibilidad del gabinete de Violeta Bermúdez y el liderazgo de Francisco Sagasti, cosa que el Perú necesita con urgencia en estos tiempos convulsos, de crisis económica y lucha contra la pandemia.
A la caída de Rubén Vargas Céspedes, cuya cabeza fue absurdamente entregada para contentar a un Congreso que debía dar el voto de confianza al gabinete, le ha seguido la expectoración inmediata de Cluber Aliaga. Una salida ciertamente más explicable que la anterior, pero que lo mismo daña la imagen del Ejecutivo, cuyo mandato, no lo olvidemos, proviene de un Parlamento que se encontraba contra las cuerdas, en desesperada carrera para corregir los desaguisados de una vacancia decidida mayoritariamente por intereses subalternos.
El precipitado nombramiento de Aliaga fue un error que no se explica únicamente en su tardío respaldo público a los generales pasados al retiro por su predecesor. Era bastante obvio, desde que asumió el cargo, que su trayectoria no auguraba ningún tipo de cambio o de renovación en la institución policial y mucho menos en las jefaturas del Mininter.
Aunque la ministra Bermúdez afirma que, al proponerle el ministerio, y luego de conversar específicamente sobre el tema de los generales mandados al retiro, el defenestrado se manifestó a favor de “voltear la página” y seguir la línea trazada por el gobierno de transición, las preguntas del millón continúan flotando en el aire: ¿quién le recomendó a Aliaga?, ¿cómo así lo escogió?
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