El primer ministro Gustavo Adrianzén leyó con indignación la última columna de Amador Chambilla y no tardó en expresar su descontento en la plataforma X, antes conocida como Twitter. Publicó una foto del artículo con la palabra “MENTIRA” sobrepuesta, acompañada del siguiente mensaje: “¡MENTIRA! Todo lo dicho en esta columna es falso. Nunca me he comunicado con este farsante. No lo conozco ni sé de su existencia. Lamento que personas inescrupulosas como él mientan así. El ministro de Trabajo, Daniel Maurate, goza de mi confianza”.
Los editores de Perú21 respondieron rápidamente, aclarando que Amador Chambilla es un personaje ficticio que utiliza el humor, la exageración y la parodia para destacar la compleja realidad del mercado laboral peruano. Subrayaron que las políticas públicas tienen un impacto directo en la informalidad, la pobreza y la desigualdad de ingresos en el país.
Al darse cuenta de que desmentir una interacción con un personaje ficticio era innecesario, el premier decidió borrar su mensaje. Sin embargo, el incidente dejó a Amador reflexionando profundamente. En menos de 24 horas, había sido calificado de farsante, inescrupuloso y mentiroso, y lo que más le afectaba: considerado inexistente. Este golpe a su ego fue duro, ya que se veía a sí mismo como un transmisor de ideas importantes y necesarias.
Pero lo que realmente lo reconfortó fue saber que sus columnas estaban siendo leídas en los niveles más altos del Gobierno. Amador esperaba que sus ideas fueran tomadas en cuenta por personas sensatas, que aspiraran a un Perú más próspero, donde la riqueza se distribuyera equitativamente y todos los peruanos pudieran acceder a un empleo formal y productivo.
Amador está convencido de que el crecimiento económico es la herramienta más efectiva para sacar a la población de la pobreza, como han demostrado numerosos estudios científicos. Este crecimiento no solo crea empleo, sino que también mejora las condiciones de vida de las personas. Sin embargo, recalca que este empleo debe ser formal para garantizar derechos laborales, seguridad social y condiciones dignas, permitiendo una salida sostenible de la pobreza. La libertad empresarial y la competencia en el mercado son esenciales para fomentar la innovación, la eficiencia y la creación de riqueza, lo que a su vez genera un entorno favorable para la expansión del empleo formal.
En sus columnas, Amador ha insistido en la necesidad de una mayor flexibilidad laboral para formalizar el empleo. Cree que la creación y mantenimiento del puesto de trabajo deben ser la prioridad, permitiendo la libre contratación y desvinculación de los trabajadores, siempre acompañados de un seguro de desempleo. Además, sostiene que el sueldo mínimo debe fijarse por región y ajustarse a criterios técnicos como el costo de la canasta familiar, la productividad laboral y la competitividad internacional. También aboga por la reducción de sobrecostos laborales y por permitir que los trabajadores y empleadores resuelvan sus asuntos sin intervenciones externas que pongan en riesgo la continuidad de los negocios.
Las ideas de Amador no son nuevas ni radicales; son compartidas por muchos peruanos y han sido recogidas por la prensa durante años. No es necesario reunirse con Amador para entender lo que se debe hacer. Es hora de dejar de lado la corrección política que solo busca contentar a los colectivistas y tomar las decisiones que el sentido común dicta, para que el Perú crezca y, con él, el empleo formal que tanto se necesita.