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Ingreso por habitante y desigualdad de ingresos
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La evolución del ingreso por habitante es un indicador del crecimiento económico. Significa cuánto, en promedio, recibe un ciudadano en un país a lo largo de un año. Si, por ejemplo, en cierto país la cifra es de US$10,000 dólares, cada ciudadano, en promedio, recibió esa cantidad. Esto significa que, dependiendo de la distribución de ingresos, la cifra puede llevar a engaño, pues puede ocurrir que una pequeña porción de la población obtenga, digamos, 10 veces ese ingreso mientras que la gran mayoría recibe 10 veces menos ese ingreso; sin embargo el promedio sale US$10,000.
Algo similar ocurre cuando un profesor señala lo siguiente: en el último examen el promedio del salón fue 15 y lo compara contra promedios previos y concluye que se experimentó una mejora o deterioro. ¿Significa acaso que todos obtuvieron 15? Obviamente no; podría estar un gran número de estudiantes desaprobado, pero el promedio sale 15, pues hay un grupo que obtuvo 20. No hay que caer en los engaños de los promedios. Se necesita complementarlos con alguna medida de desigualdad.
América Latina no solo es heterogénea (usando el indicador descrito), sino que, además, es la región más desigual del mundo. La desigualdad de ingresos se mide de distintas maneras. La más usada es el Coeficiente de Gini, que es un número que fluctúa entre 0 y 1. A mayor desigualdad, mayor Gini. América Latina tiene un promedio de 0.50, muy por encima del de Noruega (25.9), Australia (34.9), Estados Unidos (41.0), Holanda (28.0), China (42.2), etc.
Esto significa, que dentro de América Latina, existen muchos ciudadanos concentrados en los dos extremos (o en uno de ellos), lo que hace que el promedio sea menos representativo que en otros países. Los países con menor gini son aquellos que invierten más y mejor en educación y salud y, en general, en temas directamente relacionados con el bienestar de los habitantes. Son sociedades menos conflictivas, en las que se puede llegar de manera más fácil a consensos. Por eso es que es más simple crecer.
Un hecho empírico es que los países con mayor desigualdad de ingresos crecen menos que los más igualitarios. Más aún, a mayor desigualdad de ingresos, menor impacto del crecimiento sobre la reducción de la pobreza monetaria. Ciertamente que en los últimos quince años la desigualdad de ingresos ha mejorado en la región, aunque no lo suficiente para siquiera acercarse a los países más avanzados.
Lo que no significa lo anterior es que todos deban recibir exactamente el mismo ingreso por habitante, pues nadie tendría incentivos para mejorar. Lo que sí significa es que la línea de partida, es decir, el acceso a iguales oportunidades debe ser el mismo para todos; lo que ocurra de ahí en adelante, es responsabilidad de cada uno. Lo que no puede ocurrir es que por un tema de acceso desigual a oportunidades, algunos ciudadanos puedan hacer más que otros.
¿Dónde nos deja la discusión? En la necesidad de igualar oportunidades en el inicio. Educación y salud de calidad para todos, acceso igualitario al Poder Judicial, etc. Solo así podremos pensar en un país mejor.
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