Aunque a algunos no les guste, en el Perú vivimos en democracia. Y no hay nada más ajeno a la democracia que la pretensión de que todos los ciudadanos compartan una misma fe o ideología política. La discrepancia, el debate, así como la formulación de consensos son parte esencial de la coexistencia entre los distintos bloques políticos que la integran y –por qué no– la sostienen.
En el momento en que la capacidad de diálogo se bloquea es cuando las democracias comienzan a extinguirse. Porque lo contrario a la democracia es el autoritarismo, la imposición de ideas únicas e incontrovertibles, sea desde el poder de turno o de la anonimia de la horda, de la vocinglería del tumulto
Lo sucedido la madrugada del domingo en un concurrido local barranquino, donde los parlamentarios Patricia Chirinos y Luis Aragón fueron insultados y hasta agredidos por una turba de bebedores que los obligó finalmente a retirarse del local, es inaceptable. Un episodio vergonzoso que, sin embargo, algunos desubicados celebran, pretendiendo interpretarlo –con la boca grande o pequeña– como una suerte de “comprensible” condena política o repudio ciudadano expresado de manera “espontánea”.
Nada más lejos de la verdad. Aquí las medias tintas salen sobrando. Las imágenes que se han visto y difundido sobre estos hechos constituyen una completa negación de la democracia. Muy por el contrario, se trata de una manifestación de intolerancia que nos debería preocupar a todos, tanto como las proclamas de esos candidatos que hablan de “fusilar” a quienes demonizan como adversarios o enemigos del Perú (…a menudo, solo adversarios de sus planteamientos o proyectos de poder).
Así como rechazamos con claridad el reiterado hostigamiento, por ejemplo, a los periodistas del IDL por parte de bandas violentistas de extrema –o más bien, extraviada– derecha, comportamientos tribales como el de los parroquianos de ese bar deben ser rechazados por los demócratas de verdad.
A estas alturas del siglo XXI, todos sabemos a qué conducen y qué representan semejantes conductas, turbas linchadoras que ya ni siquiera en los estadios de fútbol encuentran justificación. Porque no tiene nada de valiente escudarse en un tumulto para agredir a una persona cuya ideología o desempeño político nos disgusta. Las ideas se combaten con ideas y las preferencias ideológicas se definen en las ánforas, no en las cantinas.
Si comenzamos a justificar agresiones abusivas como las de esa madrugada, sean del signo político que fuesen, habremos iniciado el camino de retorno a la barbarie.