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“Ironías de la vida”
“El presidente de la República, que representa a la nación y es el jefe máximo del Estado, gana S/15 mil mensuales; veinte veces menos que los líderes de muchas organizaciones empresariales”.
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Las instituciones retribuyen a sus empleados en función de su rentabilidad, y no de su propósito. El gerente general de una empresa de cigarrillos puede ganar más S/ 100 mil soles mensuales; mientras que el de un hospital público difícilmente ganará más de S/ 10 mil. Puedes ganar diez veces más dinero en una organización que contribuye al deterioro de la salud de las personas, que en una dedicada a sanarlas.
Las empresas les pagan a sus empleados por trabajar en ellas sin importar cuál sea su misión. Si el negocio es rentable, todo trabajador que contribuya a generar valor a la organización podrá ser bien recompensado. No hay nada de malo en ello. Por el contrario, retribuir libremente a los trabajadores sobre la base del valor que generan no solo es deseable, sino que constituye uno de los pilares de la economía de mercado.
Pero no ocurre lo mismo en el Estado. No deja de ser irónico que aquellas personas que contribuyen a generar mayor valor a la sociedad no sean bien remuneradas. ¿Tiene sentido que quienes dedican su tiempo y esfuerzo a hacer de la nación un mejor lugar para vivir ganen diez veces menos de lo que gana el líder de una organización empresarial?
Un ministro de Estado que tiene la responsabilidad de gestionar todo un sector económico puede ganar S/30 mil mensuales, mientras que el gerente de una empresa privada puede ganar más de S/300 mil. El presidente de la República, que representa a la nación y es el jefe máximo del Estado, gana S/15 mil mensuales; veinte veces menos que los líderes de muchas organizaciones empresariales.
El talento es un recurso escaso y se irá donde más se le valore. Si el sector público no logra competir con el privado para atraer talento, estaremos condenados a tener gente mediocre en todos los estamentos de las instituciones del Estado. El gobierno debe convertirse en un agente de cambio para atraer talento al servicio de la nación; y eso empieza por achicarse para volverse más selectivo y eficiente.
Con salarios competitivos en las entidades públicas, profesionales íntegros y exitosos podrían tener interés de hacer carrera en ellas e involucrarse en la vida política. Si el Estado no se convierte en un empleador competitivo, solo recibirá gente mediocre y poco preparada. Tener un mejor Estado depende solamente de la capacidad de atraer talento. Si el talento le rehúye al Estado, el desarrollo le rehuirá a nuestro país.
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