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El Juan Barros peruano
“Cualquiera que diga que todos los sacerdotes y miembros de la curia católica son victimarios o cómplices de los monstruos pederastas del Sodalicio cae en una terrible falacia: la de la generalización”.
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Ayer, en medio del huracán político que viene azotando nuestro país hace meses, la comisión que busca la verdad detrás del caso Sodalicio que preside el congresista De Belaunde sesionó en el Congreso. A la cita asistieron los periodistas Pedro Salinas y Paola Ugaz, quienes con profundidad han trabajado el asunto, y Cecilia Valenzuela, directora de este diario y primera periodista en recoger una denuncia de una de las víctimas que pretendía alzar la voz. El del Sodalicio es un caso que he seguido de cerca y ver el paso del tiempo y la pasividad de la justicia me subleva.
Nuestra sociedad tiene que empezar a repensar sus pudores. Cualquiera que diga que todos los sacerdotes y miembros de la curia católica son victimarios o cómplices de los monstruos pederastas del Sodalicio cae en una terrible falacia: la de la generalización. La Iglesia católica es una institución milenaria y con un carisma pulcro que busca, con los vaivenes de los errores de quienes la gobiernan, pregonar el mensaje que Cristo trajo a los hombres: amarse los unos a los otros y amar al prójimo como se ama uno mismo. Es un mensaje tan revolucionario y potente que le ha permitido a su Iglesia vivir dos milenios.
Hay, sin embargo, caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable (esta) que el destino blasfema. Cada vez que esas palabras de Vallejo suenan en mi mente, me resulta imposible armar una mejor forma de palabras para describir cómo los hombres pequeños y presas de sus demonios pervierten un mensaje de fe, esperanza y caridad para convertirlo en un anzuelo para quienes, distraídos, se dejan tomar por las garras de hombres sin Dios que los dañan y los marcan por siempre por una suerte que jamás merecieron. Hay golpes en la vida tan duros, yo no sé. Golpes como el odio de Dios…
Oír a los periodistas y legisladores ayer me ha permitido creer que hay una luz al final del túnel. Hace solo unos meses, cuando el papa Francisco visitaba Chile, la famélica feligresía que lo acompañaba mandó un mensaje potente. Tan potente que, aunque el Sumo Pontífice haya inicialmente defendido al infame Juan Barros, quien omitió alzar la voz y por su culpa –por su culpa, por su gran culpa– se engendró tanto dolor en la Capilla del Bosque de Karadima, se volteó la situación. Karadima no es más sacerdote y todos los obispos tuvieron que renunciar a sus cargos. Como los mercaderes que Jesús botó del templo.
Ojalá que pase lo mismo con Figari y con Eguren, quien como Barros habría callado demasiado. Y pretende obligar a la prensa a guardar su mismo silencio cobarde.
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