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Lo que nos jugamos mañana
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Mañana, el presidente Martín Vizcarra se dirigirá al Congreso y a la nación en su mensaje de Fiestas Patrias. El antifujimorismo recalcitrante espera que el mandatario anuncie la disolución del Parlamento.
Dadas las circunstancias, el uso de la prerrogativa constitucional sería más que discutible. Se trataría de una situación dudosa, con argumentos atendibles de uno y otro lado. Y es que el otorgamiento y la “desnaturalización” de la cuestión de confianza no están claramente delimitados.
Por un lado, tienen razón quienes afirman que la confianza no puede ser puramente nominal: votar por ella y luego aprobar leyes que no reflejen lo que pidió el Ejecutivo. Pero, por otra parte, no se puede aceptar que sea el propio presidente –juez y parte– quien decida por sí y ante sí cuándo los actos legislativos “traicionan” la formalidad de haber otorgado (nominalmente) la confianza. Recuérdese, además, que esta tiene que ser una regla que se aplicaría a otros presidentes y congresos. A un populista de izquierda como Evo Morales, o a uno de derecha como Bolsonaro.
No hay una salida fácil. Estaríamos, pues, ante un entrampamiento constitucional. Y sería el peor momento para estarlo. Si una disolución parlamentaria constitucionalmente indiscutible –como la que ocurriría si el Congreso hubiera denegado la confianza formalmente, con sus votos– genera desazón y escepticismo en los agentes económicos (no solo empresarios, también consumidores), una como la descrita, tan poco clara, desaceleraría la economía mucho más de lo que ya se está desacelerando. Y eso repercute para mal en la calidad de vida cotidiana de la gente. Ojalá no lleguemos a eso.
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