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Justicia de Callejón
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Lo digo como elogio, si se me permite explicar. Después de las casas solariegas, vinieron las versiones colectivas. La comunidad campesina en el virreinato, el callejón en la república, edificios y condominios por estas épocas. A fuerza de vivir en conjunto, aprendimos a resolver conflictos con una regla simple: la del buen vecino. En las horas más duras de la hiperinflación, por ejemplo, las madres de los Comités del Vaso de Leche y de los Comedores Populares supieron resolver controversias muy profundas, como debieron ser las alentadas por el hambre.
Ya lo ve. La justicia, en esencia, no es un tema de leyes ni de jueces. Como todo en la vida, se trata de incentivos. Los vecinos, gente como uno, tenemos esos incentivos porque al administrar justicia creamos precedentes, normas que se podrán aplicar a nosotros después. Pero, sobre todo, porque sufrimos el conflicto por vecindad, lo tenemos cerca y eso nos lleva a construir la mejor solución. Por eso, los sistemas más eficaces son los que comprometen al ciudadano común, como los tribunales de las experiencias anglosajonas.
Es verdad que aspectos más complejos requieren soluciones más elaboradas. Sin embargo, la clave es el compromiso del ciudadano. Su ausencia explica la crisis. El dinero no ha corrompido porque hubiese jueces mercaderes y sin valores, sino porque abandonamos la justicia. Como empezaba a apestar, nos alejamos. Los profesionales que teníamos voto para elegir a representantes en el CNM nunca fuimos a votar. La mafia, por defecto, eligió a los suyos. Somos cómplices por omisión. La justicia no quiere que la lloremos. Quiere que la rescatemos. Que participemos en resolver conflictos. Que de eso se trata. Que sienta que es una tarea mía, tuya, de todos nosotros.
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