La ciudad sobre la colina

En su mensaje de despedida de la Presidencia, en 1989, Ronald Reagan dio un famoso discurso en el que se refirió a EE.UU. como “la ciudad brillante sobre una colina”. Con esta frase –inspirada en un sermón del colonizador John Winthrop del s. XVI–, Reagan resumía de manera simbólica el llamado “excepcionalismo norteamericano”, teoría según la cual EE.UU. es una nación fundamentalmente distinta al resto, dotada de una superioridad que la obliga a inspirar y marcar la pauta para todas las naciones de la Tierra.

Esta noción sobre el rol de EE.UU. ha sido compartida por líderes demócratas y republicanos a lo largo de la historia, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial. Es en el marco de esta visión que EE.UU. lideró la creación de instituciones como la ONU, el Banco Mundial, el FMI, la OIT, el BID, la OTAN y un largo etc. Por lo menos a nivel de discurso, estas fueron impulsadas para contribuir al progreso de las naciones menos favorecidas y promover ciertas ideas como la democracia y la economía de mercado.

Como lo ha hecho con muchas de las convenciones de la política norteamericana, Donald Trump ha cuestionado este rol global de EE.UU. desde el primer día. La retórica trumpista de “America first” sostiene que el gobierno se debe solo a los ciudadanos de su país, y que promover una agenda global va en detrimento de la agenda doméstica. Es este discurso el que llevó a EE.UU. a retirarse del Acuerdo de París, del Pacto Mundial sobre Migración, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, del Consejo de Derechos Humanos, de la OMS, y a cuestionar seriamente su participación en la ONU y la OTAN.

A pesar de haber retrocedido en el liderazgo del multilateralismo, hasta hace muy poco, EE.UU. por lo menos se mantenía como un modelo de sistema democrático: con elecciones abiertas y transparentes, alternancia, instituciones independientes y contrapeso de poderes. Pero después de lo visto en las últimas semanas y, sobre todo, en el último debate, ya ni eso está claro. La anunciada negativa de Donald Trump a aceptar resultados electorales que no lo favorezcan es un golpe durísimo a todo aquello de lo que EE.UU. se precia. Si no pueden organizar una transferencia de poder democrática, ¿pueden ufanarse de seguir siendo un modelo para el mundo?

La real magnitud del daño que ha hecho Trump a su país recién empieza a revelarse. EE.UU. podrá seguir siendo una ciudad al tope de una colina, pero su brillo languidece.