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La confianza en perspectiva
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Una de las paradojas existenciales del ser humano es: no se puede vivir –amar, hacer política, negocios– sin confiar en los demás; pero siempre que uno confía se expone a ser traicionado. La confianza es indispensable para la colaboración. Según Martín Novak, biólogo y matemático de Harvard, somos la especie más colaborativa. Pero el ser humano es también egoísta, por eso traiciona.
Bajo esa lógica, y siendo poderes separados que se contrapesan, el Ejecutivo (en cabeza del premier) le propone al Congreso: “Confía en mí para llevar adelante esta política, porque si no confías, mejor dejo mi cargo”. Hay una invocación colaborativa explícita en la confianza. Si me la das, no me puedes impedir –me tienes que ayudar a– hacer aquello para lo que la pido. Si obstaculizas, estás traicionando la confianza.
Por eso es inadmisible que el Congreso otorgue una confianza meramente nominal, votando a favor, pero impidiendo que ocurra aquello para lo que se otorgó. Así ocurrió con la inmunidad parlamentaria y con la propuesta de nuevo procedimiento para la elección de magistrados del TC. Esa conducta no pasa por un filtro mínimo de buena fe. Y por eso el presidente Vizcarra aludió a una “denegatoria fáctica” para disolver el Congreso el lunes pasado.
Pero esa “denegatoria fáctica” no puede decidirla el Ejecutivo por sí y ante sí, pues sería juez y parte. Nadie en ninguna democracia debería tener un poder tan desmesurado. Debió recurrir al TC. Por eso ahora dicho órgano tendrá que definir si la disolución fue válida. Decir que el Congreso por estar disuelto no puede consultar al TC si fue bien disuelto es un razonamiento circular que va contra la justicia y la confianza (en las instituciones) para resolver las discrepancias civilizadamente.
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