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La falsa sabiduría en las redes sociales, por Camilo Torres

"Es tristemente frecuente encontrar en las redes sociales sentencias, poemas y párrafos de muy pobre calidad atribuidos a algún nombre prestigioso".

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La falsa sabiduría en las redes sociales.
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Es frecuente, tristemente frecuente, encontrar en las redes sociales sentencias, poemas y párrafos de muy pobre calidad atribuidos a algún nombre prestigioso. Dante, Cervantes, Borges, Aristóteles y Confucio suelen ser los más agraviados con esos textos que de tan malos ya son calumnias. ¿Por qué alguien escribe algo y lo lanza al mundo con otro nombre? Acaso el autor sabe que su texto no merece ser leído y practica así una suerte de íntima confesión. Su crimen, por lo demás, es una suerte de plagio invertido: en vez de firmar algo ajeno, el delincuente le impone a un gran escritor la miseria que él ha producido. Tal delito merece ser tipificado.

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En los años 90 circuló un poema titulado “Instantes”, que la revista española Quimera publicó como obra de Borges. Esto dice mucho de la poca familiaridad de los editores de esa revista con la poesía del argentino. Incluso, María Kodama declaró que jamás se habría casado con alguien que hubiera escrito semejantes versos. Pero el poemita tuvo fortuna y ha seguido circulando y dañando la honra del autor de Ficciones. Unas décadas antes había aparecido en las páginas de Selecciones, pero, creo, aún no se ha determinado al culpable de su escritura. Y tampoco importa mucho realizar esa investigación filológica.

 

 

Como “Instantes”, las atribuciones falaces en las redes sociales suelen gustarles a personas que no han leído mucha poesía y que valoran dos características: la sencillez y el sentimentalismo. Aunque Borges buscó en sus últimos cuentos la sencillez de los relatos de Kipling (de su primera etapa), nunca fue tolerante con el sentimentalismo. Llegó a postular una relación directa entre la inmoralidad y esa perversión de la sensibilidad estética: “Todos los canallas son sentimentales”. Puede no ser cierto. Lo indiscutible es que el gusto sensiblero ha aumentado en las últimas décadas, o se ha sincerado más. Esto no pasó desapercibido por la gran industria de las narraciones (mercado incapaz de rubor), y hoy ha crecido la oferta de novelas y películas gravemente lloronas. Al igual que los textos falsos que circulan por la web, contienen un huachafísimo golpe de efectismo que avergonzaría a un cantante de boleros cantineros, un pelotazo directo al cocoro. “En caso de duda, mate a un niño”, aconsejaba John Ruskin. Ya hay novelistas que abusan de ese precepto. 

 

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