Muy aparte de su brillante trayectoria literaria, la partida de Mario Vargas Llosa deja un vacío difícil de llenar en la esfera de la política y de las ideas en América Latina.
Su liderazgo como demócrata y liberal fue tan indiscutible como su narrativa y su influencia fue reconocida planetariamente, incluso a través del Premio Nobel, cuyo jurado, recordemos, hizo hincapié –además de las virtudes literarias de su obra– en la “cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”.
No olvidemos, por ello, que si bien fue un escritor de ficciones, las novelas de MVLl siempre tuvieron un insoslayable anclaje en cada realidad que describían y daban vida a sus ya inmortales personajes. La realidad, la realidad peruana especialmente, fue una inagotable fuente de inspiración, pero también una preocupación permanente, plasmada en brillantes ensayos y artículos periodísticos.
Es que Mario Vargas Llosa jamás renunció a participar –con pasión– en los debates ideológicos de su época, un compromiso que como intelectual lo llevó en su momento hasta la política activa, postulándose como candidato presidencial en las elecciones de 1990, con un partido fundado por él mismo, en defensa de los valores fundamentales de la democracia y el libre mercado.
Su defensa incansable de las ideas liberales hizo que se enfrentara a dictaduras o gobiernos antidemocráticos, como hizo, por ejemplo, en el Perú durante los años del fujimorismo. Y no solo en nuestro país: son recordadas sus feroces polémicas con figuras, caudillos y autócratas de la izquierda latinoamericana, como la denuncia que en el propio México realizó sobre PRI –entonces todavía al frente del gobierno– tildándolo de “dictadura perfecta” por sus prácticas estatistas, corruptas y de clientelaje social.
Es esa presencia cuestionadora, aguda, en el debate contemporáneo, esa integridad en la defensa de las ideas liberales, la honestidad intelectual sin cortapisas y su compromiso con el Perú lo que se extrañará en la arena política.
En circunstancias en que las relaciones entre las potencias mundiales se cargan de turbulencias arrastradas por políticas económicas regresivas, que apuestan por cerrar mercados en lugar de continuar abriéndolos, el mensaje que nos deja la línea de conducta y la obra vargasllosiana es sólido e imperecedero: la libertad (individual, política, económica) como norte y guía para la acción.
Una voz clara y lúcida que, ciertamente, no se va a apagar con su partida: la encontraremos siempre en las páginas que escribió. Descanse en paz, maestro.