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La lotería de la vida y de la muerte
“Puedo entender los muertos de las primeras semanas (...) Pero no puedo entender los muertos de ahora, seis meses después”.
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Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es el presidente de México. Ofreció vender el lujoso avión presidencial. No lo necesita porque viaja austero en vuelos comerciales. Pero nadie quiere el avión. AMLO decidió rifarlo. La gente hacía cola para comprar los cachitos de la lotería. Era un premio enorme. Pero la verdad era otra.
No se rifaba el avión, sino que se tomaba su valor como referencia. La suerte eran cien premios de un millón de dólares cada uno en efectivo. Se había ofrecido que las utilidades de la rifa eran para aliviar la crisis sanitaria. No hubo tal. La venta con las justas dio para pagar los premios.
Para no defraudar del todo a los hospitales, se les entregó cachitos de lotería, por si tenían suerte. Al final, nada cambió. No hubo plata para mejorar la salud y el avión sigue ahí, como siguen la violencia, la pobreza, el virus y la muerte. Pero AMLO subió en las encuestas porque había vendido el avión, ¿no es cierto? Si usted no lo cree, es enemigo del gobierno; faltaba más.
La distracción es la hermana gemela del engaño, menos grosera pero igual de perversa, porque ambas ocultan la verdad. A veces, las cosas se ven mejor de lejos y cuando son de otros. Por eso, para nosotros, el ardid del avión se ve clarito. Pero no tenemos la misma agudeza cuando se trata de nuestros propios asuntos.
Siempre hay algo que distrae. Si faltó oxígeno empezada epidemia, fue por la especulación de criminales, no por una política de gobierno que concedió oligopolios e impidió que se establecieran más plantas. Si faltaron camas y equipos médicos, fue porque la salud de los pobres nunca se privilegia, no porque hace años que no sabemos comprar y el presupuesto se malgasta o se devuelve.
Si las obras públicas están paralizadas, es por las leguleyadas de siempre, no porque los municipios y regiones se disputan para ver quién aparece en la foto y, mientras tanto, nadie toca nada. Especulación, corrupción y ambiciones políticas son ciertas, pero no lo explican todo.
Por ejemplo, puedo entender los muertos de las primeras semanas porque no estábamos preparados. Pero no puedo entender los muertos de ahora, seis meses después. Se ofreció al Gobierno apoyo científico para entender la epidemia y capacidad logística para distribuir subsidios. Muchas muertes se habrían evitado. Pero no, muchas gracias.
Esa enorme desconfianza, no saber escuchar al otro ni aceptar su ayuda es demencial porque la vida pública es ponernos de acuerdo. Sobre todo ahora, que debemos elegir nuevo gobierno. Es eso o mayor desgracia.
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