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La nueva inquisición
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Esta semana, fujimoristas, apristas y extremistas religiosos, que detestan la libertad de prensa y de expresión, se unieron para ir contra los medios y las encuestas.
Fastidiados porque los periodistas y las encuestadoras les dejan decir a los ciudadanos de a pie lo que creen y piensan sobre las decisiones que toman las autoridades, los parlamentarios y los funcionarios, los congresistas de la Comisión de Fiscalización aprobaron una iniciativa de Héctor Becerril, el representante de Lambayeque al que una empresaria de su región acusa de haberla extorsionado a cambio de acabados de construcción, como, por ejemplo, planchas de porcelanato.
Los próximos 60 días, un grupo de inquisidores le exigirá al Estado que le reporte cuánto ha gastado en publicidad en medios privados, es decir, en la gran mayoría de los medios del país; e investigará los resultados de las encuestas. Todo con el afán oscuro de acallar la voz de la calle.
Como si viviéramos en el siglo XIX, estas tristes personas pretenden que no se le haga preguntas al pueblo. Algunos recurren a la imagen de la elección callejera entre Jesús y Barrabás para graficar lo equivocada que vive la plebe; y otros sostienen que, siendo el Perú un país donde más del 70% es informal, no se puede, pues, entregarle el destino de la República a la decisión popular.
Paradójicamente, después de espetar todas esas decimonónicas sandeces, se aferran, con las uñas, a su condición de elegidos por el pueblo hasta 2021.
Además, como ellos mismos son autoritarios, acusan a los demás de los delitos que ellos cometerían de llegar al poder: manipulación de las encuestas, compra de las líneas editoriales de los diarios y los canales de televisión, manejo e intervención de la Fiscalía y el Poder Judicial, y el uso y abuso del presupuesto del Estado para sus fines políticos.
No me estoy refiriendo, precisamente, al régimen autocrático de Fujimori y Montesinos, pero todo parecido con esa realidad no es coincidencia. En política no hay coincidencias. Y en psicología, tampoco; los expertos le llaman proyección, y eso es lo que está pasando: los voceros de esa fuerza autoritaria que, lamentablemente, se recompone en estos tiempos en nuestro país, se proyectan a sí mismos cuando acusan a los periodistas, a las encuestadoras, a los fiscales anticorrupción de estar vendidos al gobierno. El que compra o ha comprado conciencias en su momento cree que todos se venden. Como ellos mismos no conocen la integridad, piensan que todos estamos en venta.
Los autoritarios de uno y otro lado son la misma cosa. Los periodistas independientes, las encuestadoras serias, los fiscales y los jueces honestos y valientes recibimos, en estos días, ataques furibundos tanto de los seguidores de Keiko Fujimori como de los de Antauro Humala, de los de Mauricio Mulder como de los de Walter Aduviri, de los del pastor Julio Rosas como de los de Abimael Guzmán.
Sus operadores usan las redes sociales para insultarnos y difamarnos, incluso a nuestros familiares, aunque alguno de ellos haya muerto, como es mi caso.
Son déspotas y abusivos, pero su matonería nos recuerda que los valores liberales y democráticos exigen sacrificios y nos mantienen en la senda correcta, la senda de la libertad.
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