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¿Quién llora a los Olayas?
“¿Por qué tuvieron que morir quemados esos tres muchachos que vestidos de héroes intentaban apagar un incendio mientras, hermanito, otros se aseguran sueldos y gollerías”.
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Quizá sea yo, pero una desazón incomprensible me recorre cada vez que recuerdo lo bajo que hemos caído. Cada vez que escucho un nuevo audio en el que algún hermanito hace una nueva trampa, una nueva pendejada. Es que no encuentro el sentido al esfuerzo tan grande que hacen tantos para que tan poquitos hagan por ratos de este país un lugar insensible, canalla y esencialmente injusto. Demasiados peruanos mueren y no los lloramos.
Hablando de Olaya, Jorge Basadre dijo –en su primer volumen de la Historia de la República del Perú– que no solo debe considerársele como un símbolo del heroísmo patriótico de los humildes sino, también, de silenciosa inmolación por la promesa invívita en la patria que otros anarquizaban. Basadre, claro, hablaba del chorrillano que llevó a su muerte los secretos de los libertadores en 1823. Pero sus palabras son, en realidad, un puñal maldito que no ha perdido filo.
Este es un país en el que cada semana los más humildes se inmolan por un ideal más grande que ellos mismos. Por una idea de nación que otros, efectivamente, anarquizan y prostituyen. Y allí, en la mirada pintada de Olaya, terminan sublimadas las miradas de todos los militares, policías, bomberos, médicos y profesores que entregan su existencia de la forma más noble, en el mismo lugar y al mismo tiempo que otros se procuran prebendas, hermanito.
Me resulta insoportable, impúdica y hasta vergonzosa la sola idea de que un joven muera intentando rescatar de las llamas de un incendio a un desconocido, mientras un juez vende la suerte de una niña violada a cambio de cuatro reales. Es probable que mi indignación sea trillada, un lugar común –incluso–. Pero llevo días pensando circularmente sobre la misma idea. ¿Por qué el comando Elmer Quispe tuvo que morir para que los mafiosos del Poder Judicial vivan?
¿Por qué tuvieron que morir quemados esos tres muchachos que vestidos de héroes intentaban apagar un incendio mientras, hermanito, otros se aseguran sueldos y gollerías pagadas con los impuestos de las madres de aquellos bomberos? ¿Por qué tenemos que aceptar que esos símbolos que Olaya encarnó primero de lo más humilde se inmolen para que otros crápulas anarquicen y envenenen? Yo ya tuve suficiente. Y creo que no soy el único.
Ojalá que algún día los corruptos sean los que tengan que abrirse el paso entre llamas o entre balas terroristas para rescatar a los mejores chicos que se nos mueren sin lágrimas cotidianamente. Porque esto, tal como está, es una mierda. ¡Vamos a cambiarla de una vez!
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